adular. (Del lat.
adulāri.)
I. Idea de alabar
1. tr. Dar a una persona motivo de satisfacción o engreimiento,
lisonjeándola por medio de palabras, gestos, ademanes o acciones, o
sometiéndose a su parecer, con el propósito de ganarse su voluntad. A veces se
emplea en sent. fig. Ú. t. c. abs. y alguna vez c. prnl.
b) tr. Alabar, elogiar, generalmente sin fundamento, una acción,
una cualidad, la condición de una persona, con fin interesado.
c) tr. Incensar, elogiar mucho a una persona, a veces
inmerecidamente. Ú. t. c. abs. y prnl.
d) prnl. Envanecerse, jactarse, vanagloriarse.
e) En sent. fig. embellecer, realzar la belleza de una persona o
cosa; favorecerla, presentarla como más hermosa de lo que es.
Fuente: https://www.rae.es/tdhle/adular
NOTA: Esta primera entrada continuará en varias partes. Te pido que leas hasta el final. Si ya estás consciente de lo que aquí desarrollaremos, podes usar este material para advertir a otros o compartir tu opinión escribiendo al blog.
Debemos hablar de un tipo de referente que está muy extendido en el mundo evangélico, y del cual, si no se lo sabe identificar, se terminará alimentando con enseñanzas que apartan de la verdad y desvían del angosto camino de la fe genuina.
Podemos resumir al
adulador "cristiano" diciendo que es aquel que, suaviza la maldad del ser humano, infla su autoestima,
pierde de vista el profundo significado de la crucifixión del Salvador, devalúa
la exclusiva gloria de Jesucristo y silencia sus demandas como Señor. Tales
aduladores son simpáticos, agradables, emocionan, cuentan historias
entretenidas, pero nunca se esfuerzan por dar al creyente, ante todo, las palabras de Jesús y sus
apóstoles, tal y como realmente fueron enseñadas y predicadas desde el principio.
“He
aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios,
dice esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses
frío o caliente! Pero por cuanto eres
tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy
rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú
eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te
aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y
vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu
desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.”
(Apocalipsis 3:13-18)
La
gravedad del pecado va de la mano con la maldad del ser humano. La
doctrina de las Escrituras, y la del propio Señor Jesús, no presentan al hombre
y la mujer como víctimas inocentes, sino como pecadores caídos que necesitan
arrepentimiento y reconciliación con Dios su Creador. Esto podemos verlo
claramente en los siguientes pasajes de los evangelios donde oímos la voz del
Señor:
“Pues
si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto
más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?”
(Mateo 7:11)
“¡Generación
de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia
del corazón habla la boca.” (Mateo 12:34)
“Respondiendo
Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas,
eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os
arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales
cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos
los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís,
todos pereceréis igualmente.” (Lucas 13:2-5)
“Porque
no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo
sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya
ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.
Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más
las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que
hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean
reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea
manifiesto que sus obras son hechas en Dios. (Juan 3:17-21)
“Porque
el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y
pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la
gloria de su Padre con los santos ángeles.” (Marcos 8:38)
Luego, la doctrina de los apóstoles es un claro correlato de las palabras del Señor. Así
leemos por ejemplo, lo siguiente:
“¿Qué,
pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos
acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. Como está escrito:
No hay
justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. (…)
Pero
ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por
la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en
Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por
cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, …” (Romanos 3:9-10,
21-23)
“… pero
veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me
lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí!
¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo
Señor nuestro. (Romanos 7:23-25)
“Y: Si
el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador?” (1
Pedro 4:18)
Basta
con leer con detenimiento las porciones del testimonio bíblico que se acaban de
citar para notar la diferencia. La gravedad de la condición humana y las
implicaciones están presentes en cada porción de las Escrituras, por el
contrario, el adulador que dice servir a la causa de Cristo, censura las sanas
palabras del Señor, recortando a conveniencia las Escrituras, para presentar un
Jesús bonachón, simpático, que no juzga a nadie, que no reprende, que no demanda,
que no llama a tomar la cruz de la autonegación para seguirlo (Mateo 16:24). Porque, ante
todo, el adulador, no llama al arrepentimiento verdadero (reconocimiento de la propia maldad, indignidad e incapacidad para agradar a Dios por nosotros mismos), sino a una nueva vida cargada
de ricas bendiciones, pero sin la crucifixión de la vieja criatura, la cual
está muerta en delitos y pecados (Efesios 2:1), siendo hija de ira por
naturaleza (Efesios 2:3), y enemiga de Dios con sus deseos, pensamientos e intenciones
(Romanos 5:10, Colosenses 3:5). Por eso, se nos dice que el que ama al mundo y
lo que está en él (los deseos de los ojos, de la carne y la vanagloria de la
vida), no tiene el amor del Padre en él (1 Juan 2:15).
Por lo tanto se nos enseña que, “los
que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas
5:24). Crucificar pasiones y deseos es una cuestión profunda y sumamente seria
que demanda la muerte de aquellas cosas que están en lo profundo del corazón
humano, del cual la Palabra de Dios declara: “Engañoso es el corazón más que
todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la
mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el
fruto de sus obras.” (Jeremías 17:9-10).
Este
corazón engañoso y perverso, que por naturaleza es de piedra, necesita de la
insustituible obra del Espíritu de Dios (ver Ezequiel 36:26 y 2 Corintios 3:3),
del cual proviene el nuevo nacimiento que nos permite ser verdaderos hijos de
Dios, los cuales pueden recibir esta nueva vida únicamente por la gracia y poder
de Dios (ver Romanos 1:17, Juan 1:12-13, Juan 3:5-6).
Suavizar
el verdadero estado del corazón humano, diciéndole a las personas que son “príncipes”
y “princesas”, no es hablar como los profetas de Dios, sino como uno falso,
disfrazado de cordero simpático y amigable, pero que por dentro realiza la obra
de un lobo, cuya rapacidad destruye el alma con mentiras (“El testigo verdadero
libra las almas; Mas el engañoso hablará mentiras” Proverbios 14:25). Esto sólo puede discernirse espiritualmente, a través de la Palabra de Dios, de modo que podamos entender que las lisonjas
y suaves palabras (Romanos 16:18), son la forma de disfrazar la obra de los que
apartan de de la verdad el oído, para que la persona no reciba la sana doctrina (2
Timoteo 4:3) a través de la leche espiritual no adulterada (1 Pedro 2:2), sino las
vanas palabras de “hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad,
que toman la piedad como fuente de ganancia” (1 Timoteo 6:5).
“…
tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios
vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los
ingenuos.” (Romanos 16:18)
El
adulador se aprovecha de la ingenuidad de los corazones cargados de pecados y deseos mundanos, no
para llamarlos al cambio que nos lleva al amor de la sincera fidelidad y obediencia
a Jesucristo por sobre todo y con todo nuestro ser, sino a una complacencia con
el Adulador que alimenta con suaves palabras y lisonjas los deseos de los
tibios, aquellos que se conforman con un evangelio alivianado, incompleto, sin
cruz, sin llanto por el pecado, sin hambre y sed de justicia, sin regeneración, sin denunciar al mundo y sus deseos, y sin la carga
irrenunciable del deber de confesar las palabras del Señor, tal y como él las
dijo.
Si usted pertenece al mundo evangélico y no puede dar nombres de aquellos que cuentan con esta primera característica que hemos desarrollado en esta primera entrada, debo advertirle que posiblemente se encuentre siendo guiado por uno de ellos.
En breve continuaremos desarrollando una segunda característica de estos "cristianos": inflan la autoestima del ego de sus oyentes.
N.M.G.
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