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El galardón de Dios, escondido en el evangelio

 





Antes de la acción es el deseo. Toda empresa humana comienza en el deseo de hacer algo. El deseo de comer estimula el trabajo de quien busca la manera de obtener su sustento. Así también, el deseo de enriquecerse y tener muchos bienes, mueve a la gente a esforzarse por ganar más dinero, etc. 

Hay deseos de gloria terrenal, como ganar una competencia deportiva, y hay deseos de gloria celestial, como el recibir la aprobación del Dios eterno. Nadie discutirá que el mundo entero corre tras la carrera de los deseos terrenales. Todo joven tratará de satisfacer sus deseos de ser reconocido, admirado y estimado por ser el mejor en algo, tener lo mejor de algo, conocer más de algo, etc., etc. Aquí el deseo actúa como un llamado al éxito del ego. "Ser grande", es el anhelo de toda persona que lucha por algo. 

Sobre estos deseos terrenales en relación a cosas lícitas, y de buena reputación, la Escritura nos enseña que su gloria es pasajera, se recibe una "corona corruptible" (1 Corintios 9:25). 

Pero también hallamos que hay un deseo que escapa a la naturaleza carnal del hombre. Los que solo piensan en lo terrenal, no pueden pensar y anhelar "las cosas que son del Espíritu" (Romanos 8:5). Las personas verdaderamente piadosas comparten un deseo distintivo común, es el desear a Dios mismo. El hombre piadoso, tiene un deseo primordial que lleva su mirada hacia lo alto: "Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo" (Salmos 42:2). 

Sin este deseo de amar y ser amados por Dios, nuestro cristianismo se volverá una empresa religiosa carnal que busca el reconocimiento de este mundo, el aplauso de la gente por sobre la obediencia a la voz de Jesucristo, el Buen Pastor.

Ahora bien, este "deseo piadoso" que nos conduce hacia Dios (tiene "sed de Dios"), no es suficiente. Todas las personas deseamos muchas cosas que están fuera de nuestra capacidad. Yo por ejemplo, desee mucho jugar basket como Michael Jordan, y obviamente fui incapaz de lograrlo. Todo buen deportista experimenta la realidad de sus propias limitaciones. Así también, toda persona sabia conoce la miseria moral de su propio ser. Cuando tenemos un deseo piadoso que nos conduce a oír la enseñanza de Jesucristo, lo primero que veremos es que con el deseo de ser buenos, a lo único que llegamos, es a conocer lo malos que realmente somos ante las demandas de Dios (o su estándar moral). A la luz de la verdad, nuestras vidas delante de Dios están desaprobadas (esta es la clara enseñanza de la primera parte de la carta del apóstol Pablo a los Romanos). 

"Sean santos porque yo soy Santo", es el mandamiento de Dios para sus hijos. Esta es una directiva práctica, de cómo vivir cada día: "sean santos en toda su forma de vivir", continúa escribiendo el apóstol Pedro. 

Pero, antes de llegar a ser santos necesitamos desear la santidad. Y no podemos desear algo que no apreciamos, valoramos o buscamos. La vida santa, no se trata de ritos y cultos religiosos formalistas y huecos. La vida santa de la que hablamos es fruto del Espíritu de Cristo, es una vida que tendrá amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gálatas 5:23).

Esto es lo que proviene de Dios, esto es lo que Dios mismo produce en sus hijos, como está escrito: "así el querer como el hacer, por su buena voluntad." (Filipenses 2:13). 


Desear ser como Cristo es un deseo que no puede provenir de la cultura, no es de este mundo. Cristo no hizo las obras que el mundo desea, sino por el contrario, llegó a declarar: "Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación." (Lucas 16:15).


Desear la vida de Dios es pedir de Él "la sabiduría que es de lo alto", la cual "es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía." (Santiago 3:17).


Este es el deseo que nace de un corazón puro. No porque seamos puros, sino porque Dios nos ofrece darnos un nuevo corazón. De eso se trata la doctrina de Jesús acerca del nuevo nacimiento (ver Juan capítulo 3), no ya meros mandamientos que no logramos cumplir de la manera que deben ser cumplidos (todos, siempre, perfectamente), sino de un nuevo ser forjado a la luz de las misericordias de Dios. 

De eso se trata la Palabra profética que declara la promesa del Dios vivo: "Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne." (Ezequiel 36:26)

No podemos tener deseos santos sin un nuevo corazón, la clase de corazón por el que oró el rey David en el Salmo 51 diciendo: "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí." (v.10).

La vida de Cristo es una vida pura, la clase de vida que nace de un corazón limpio. Pero nadie tiene por naturaleza un corazón puro, antes bien, como enseña en lenguaje retórico la Escritura: "¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, Limpio estoy de mi pecado?" (Proverbios 20:9). 

La buena noticia del evangelio, no es solo que hay perdón de pecados para todos los que acudimos a la cruz del Señor para justificación. El perdón es paz para quienes estábamos en guerra contra Dios, ya que "todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás." (Efesios 2:3). 

Pero además del perdón liso y llano de nuestros pecados, la gracia de Dios pone a nuestro alcance el poder pedir, buscar y recibir "el galardón" de Dios, esto es, el gran regalo de ser hechos sus hijos. 

Este regalo radica en recibir la vida de Cristo, por su Espíritu, por eso los que de corazón sincero buscan a Dios, reciben la promesa del Espíritu de su Hijo, de modo que podamos vivir "según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él... Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios." (Romanos 8:9, 14).


Muchos cristianos damos testimonios de haber vivido ajenos de la vida de Dios, sin esperanza, lejos de Cristo, sin ningún deseo de santidad nacido de corazón. Sin embargo, la obra de Dios se manifiesta primeramente en nuestro corazón, donde nace el amor hacia nuestro Salvador. Comenzamos amando al que nos amó primero dando su vida. Esto quiebra el corazón duro y distante del hombre enemigo de Dios. 

Ningún deseo santo podía nacer del viejo hombre que amaba la fornicación, la violencia, la vanagloria, la fama, el dinero, la lujuria, el alcohol, las drogas, y un sin fin de cosas semejantes. Sin embargo, es por los que nacimos en esa condición miserable de ser pecadores que amaban el pecado, que Cristo murió. 

Lee conmigo: "... Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíosCiertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida." (Romanos 5:6-10).

"Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible." (1 Corintios 9:25). Los deseos de los atletas son sometidos a los más altos deseos de sus metas deportivas. Así también, los que hemos recibido nueva vida en Cristo sometemos nuestros deseos y pasiones carnales a la obediencia a la voluntad de Dios, la cual es agradable y perfecta, y cuyo fruto es "fruto apacible de justicia" (leer Hebreos 12). 

Por eso, para todo el que busca avanzar en el camino estrecho, el de la fe verdadera que nos lleva a entrar al reino eterno, se nos exhorta con estas palabras:

"... Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones." (Santiago 4:8).

 "... sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan." (Hebreos 11:6).

En el nuevo pacto, Dios hizo provisión para darnos un corazón puro, un corazón conforme al de su Hijo Jesucristo. Este es el mayor regalo del evangelio. Ser una nueva criatura ("lo que es nacido del Espíritu"). Es la gracia de ser hechos hijos de Dios, literalmente. 

La pregunta que necesitas responderte sinceramente es ¿deseas esto?

Si buscas a Dios y su galardón,  el Señor Jesús te dice: "yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente?¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?" (Lucas 11:9-13)

¿Pediste alguna vez al Padre el ser recibido por medio de Jesucristo?

A todos los que creen a la palabra del testimonio de los Evangelistas del Nuevo Testamento, y piden con fe, nos ha sido hecha la promesa del don del Espíritu Santo. Por lo tanto, leemos en la carta del apóstol Pablo a Tito que, "... cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santoel cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvadorpara que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna." (Tito 3:4-7). 

La esperanza de la vida eterna es el destino de todo aquel que ha nacido del Espíritu de Dios. Este es el regalo de Dios, vida eterna en tu corazón desde ahora y para siempre, invisible al ojo incrédulo que lee los evangelios, pero para vos, que crees al testimonio, "gozo inefable y glorioso" (1 Pedro 1:8)


Dios te bendiga. 

N.M.G. 



 




 




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