El testimonio interior del Espíritu a
nuestra conciencia
“Si me buscan de todo corazón, podrán encontrarme.
Sí, me encontrarán —dice el Señor—.”
(Jeremías 29:13-14)
“…
no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la
manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de
Dios.”
La
carta del apóstol Pablo a los romanos dice en Romanos 8:16 que “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro
espíritu, de que somos hijos de Dios.”
Esta
afirmación es comprobable, solo por la experiencia personal de quienes, como la
enseñanza del propio Señor Jesús lo dice, nacieron
de nuevo, del Espíritu (Juan cap 3). Así como puedo saber que he llegado al
lugar al que me dirigía cuando lo veo, así también, podré saber que mi fe ha
nacido de la Palabra de Dios (y no de ideas, creencias y filosofías humanas),
cuando pueda ver la realidad espiritual profunda de la que habló el Señor Jesús
cuando dijo: “Todas las cosas me fueron
entregadas por mi Padre; y nadie conoce
al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a
quien el Hijo lo quiera revelar.
Venid a mí todos…” (Mateo 11:27-28).
Ver
la realidad espiritual conlleva
discernimiento. Poder juzgar algo para poder determinar si es verdadero o
falso, si es de Dios o de invención humana o demoníaca. La Escritura alude a este
discernimiento en el siguiente pasaje de la carta del apóstol Pablo: “el hombre
natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son
locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En
cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie.” (1
Corintios 2:14-15).
Para
comprender el sentido espiritual de las
cosas, se requiere discernimiento espiritual, y esta clase de
discernimiento no proviene de la naturaleza (el hombre natural), sino de Dios
que nos revela su Palabra cuando lo buscamos en humildad, por lo que se nos
dice: “Pedid, y se os dará; buscad, y
hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que
busca, halla; y al que llama, se le abrirá… Entrad por la puerta estrecha;
porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos
son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino
que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mateo 7:7-8, 13-14).
La
pregunta crucial entonces es ¿cómo se
produce el nuevo nacimiento (del cual también viene el discernimiento o “vista”
espiritual)? ¿Qué es necesario para que tenga lugar?
La
Biblia nos da la información concreta al respecto en varios pasajes. Consideremos
los siguientes:
“Hubo
un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. 7 Este vino por testimonio,
para que diese testimonio de la luz
(Jesús el Cristo), a fin de que todos creyesen por él. 8 No era él la luz,
sino para que diese testimonio de la luz. 9 Aquella luz verdadera, que alumbra
a todo hombre, venía a este mundo. 10 En el mundo estaba, y el mundo por él fue
hecho; pero el mundo no le conoció. 11 A lo suyo vino, y los suyos no le
recibieron. 12 Mas a todos los que le
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos
de Dios; 13 los cuales no son
engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón,
sino de Dios.” (Evangelio de Juan
cap 1).
“16
Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha
creído a nuestro anuncio? 17 Así que la
fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” (Carta del apóstol
Pablo a los Romanos cap. 10:16-17)
“21
Por medio de Cristo, han llegado a
confiar en Dios. Y han puesto su fe y su esperanza en Dios, porque él
levantó a Cristo de los muertos y le dio una gloria inmensa. 22 Al obedecer
la verdad, ustedes quedaron limpios de sus pecados, por eso ahora tienen
que amarse unos a otros como hermanos, con amor sincero. Ámense profundamente
de todo corazón.
23
Pues han nacido de nuevo pero no a
una vida que pronto se acabará. Su nueva vida durará para siempre porque proviene de la eterna y viviente
palabra de Dios. 24 Como dicen las Escrituras:
«Los
seres humanos son como la hierba,
su belleza es como la flor del campo.
La
hierba se seca y la flor se marchita.
25 Pero la palabra del Señor permanece para
siempre».
Y
esta palabra es el mensaje de la Buena Noticia que se les ha predicado.”
(Primera carta del apóstol Pedro cap. 1:21-25 NTV)
Cuando
leemos el Nuevo Testamento, podemos ver experiencias de personas que recibieron
el testimonio de las Escrituras de la mano de los apóstoles que las vieron, asimismo, cumplirse en la vida de Cristo Jesús. Cuando entonces, nosotros
recibimos el mismo mensaje que ha sido predicado desde el inicio, nos
encontramos con la misma única (estrecha)
puerta que nos es abierta para el
ingreso al reino de Cristo, donde hallamos descanso
(Mateo 11.28), alimento espiritual (Mateo
4:4; Juan 4:14; Juan 6:55), libertad
(Juan 8:31-32), amor (1 Juan 3:1), paz (Romanos 5:1), justificación (Ro. 1:17; Ro. 3.22; Ro. 14:17; 2 Corintios 5:21), verdad (Juan 14:17; 15:26; 16:13; 1 Jn
4:6), seguridad (Juan 5:24; Ro.
8:38; 2 Tim. 2.12), bendición (Mateo
5:3-9; Efesios 1:3) y salvación
(Isaías 45:22; Hechos 2:40; Hechos 4:12, Efesios 2:5; Tito 3:5), en esta vida y
la venidera (1 Timoteo 4:8).
“En él también vosotros, habiendo oído la
palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él,
fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa,”
(Efesios 1:13)
La
predicación del mensaje es fundamental, y tal es la trascendencia del
testimonio que el apóstol Pablo escribió a los cristianos en Corinto que: “… agradó
a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los
judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, …” (1
Corintios 1:21-23).
La
crucifixión de Jesús es un hecho fuera de discusión. La clase de hombre que Él fue
en sus días, tampoco. Y si estás leyendo esto, no será para discutirlo, sino
para llegar a comprender lo que la ejecución del Hijo de Dios implicó, para la
humanidad, lo cual te incluye a tí y a mí. Cuando los por qué y el para qué de
la crucifixión, la resurrección y la predicación de Su reino alumbran nuestra
conciencia, experimentamos en carne propia, el encuentro con la misericordia de
el “Dios de toda gracia” (1 Pedro
5:10).
“Ciertamente
cercana está su salvación a los que le temen,
Para
que habite la gloria en nuestra tierra.
La misericordia
y la verdad se encontraron;
La
justicia y la paz se besaron.
La
verdad brotará de la tierra,
Y la
justicia mirará desde los cielos.” (Salmos 85:9-11)
Ahora
bien, se nos enseña que Dios resiste a
los soberbios, pero da gracia a los humildes (Santiago 4:6). Nos volvemos
impermeables a la verdad, cuando levantamos argumentos con soberbia. Pero si
con humildad acudimos a un Dios que puede sanar nuestra ceguera espiritual, y
pedimos el don de la fe, la Palabra nos garantiza que hemos de recibir lo que
pedimos conforme a la voluntad de Dios,
quien: “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de
la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los
hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de
lo cual se dio testimonio a su debido tiempo. Para esto yo fui constituido predicador y apóstol (digo verdad en
Cristo, no miento), y maestro de los gentiles en fe y verdad.” (1 Timoteo
2:4-7).
Este
pasaje encierra una aparente paradoja. Algunos han llegado a cuestionar el
poder de Dios, quien, a pesar de querer que los hombres sean salvos, termina
condenando a muchos de ellos. Pero notemos algo, el mismo pasaje habla de la
salvación mediante el conocimiento de la verdad. O sea que, estamos partiendo
de que los hombres se encuentran bajo condenación por naturaleza. De ahí que
Romanos enseñe que todos pecamos y
estamos destituidos de la gloria de Dios, y que la reconciliación es
gratuitamente ofrecida a todos por
medio del evangelio (ver Romanos cap. 3). Así que, una lectura correcta, nos
permite entender bien lo que está implicado en esta creación: Dios está
llevando “muchos hijos a la gloria” (Hebreos 2:10), esto es, a la eternidad en
la que hallamos el reino de lo incontaminado, inmarcesible e incorruptible que
Dios ha destinado para manifestar al final de esta vida presente. La “herencia
de los santos en luz” (Colosenses 1:12). Por eso, Pablo dice que el rescate
dispuesto para todo ser humano, es objeto de un testimonio dado “a su debido
tiempo”, esto es, el tiempo determinado por Dios (ver Hechos 17:30-31), por lo
que quiero que tú, que estás leyendo, medites atentamente las siguientes
palabras dichas por Jesús:
“De cierto, de cierto te digo, que lo que
sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos;
y no recibís nuestro testimonio. 12 Si os he dicho cosas terrenales, y no
creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? 13 Nadie subió al cielo,
sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo. 14 Y
como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo
del Hombre sea levantado, 15 para que todo aquel que en él cree, no se pierda,
mas tenga vida eterna.16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a
su Hijo unigénito, para que todo aquel
que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. 17 Porque no envió
Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea
salvo por él. 18 El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha
sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. 19
Y esta es la condenación: que la luz
vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque
sus obras eran malas. 20 Porque todo
aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus
obras no sean reprendidas. 21 Mas el que
practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras
son hechas en Dios.” (Juan 3:11-21).
Dios
llama a todos los hombres y mujeres a venir a la luz, esto es, Cristo Jesús,
quien es la persona misma en quien habita la Deidad en un cuerpo humano
(Colosenses 2:9). Y tal llamado tiene sentido siempre que la respuesta sea
parte de una búsqueda libre y no obligada. Por eso también leemos que: “sin fe es imposible agradar a Dios; porque
es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador
de los que le buscan.” (Hebreos 11:6). Este mensaje no se trata de nuestros pensamientos u opiniones personales, sino del mensaje que proviene de un “Dios vivo y verdadero” (Jeremías 10:10;
1 Tesalonicenses 1:9).
El
encuentro personal con Dios a través de la persona de Cristo, está anunciado desde
la antigüedad, en el Antiguo Testamento, más precisamente en el libro de
Proverbios, en su capítulo 8, en donde leemos a la Sabiduría en primera persona
llamando a las personas, y diciendo al final de su mensaje: “Y ahora, hijos míos, escúchenme, pues todos los que siguen mis
caminos son felices.
33 Escuchen mi instrucción y sean
sabios; no la pasen por alto.
34 ¡Alegres son los que me escuchan, y
están atentos a mis puertas día tras día, y me esperan afuera de mi casa!
35 Pues todo el que me encuentra, halla la vida y recibe el favor del Señor.
36 Pero el que no me encuentra se
perjudica a sí mismo.
Todos los que me odian aman la muerte”. (vv.32-36 NTV)
Si lees el pasaje del tercer capítulo del evangelio de Juan en el que vimos al
Señor en persona declarando que hay vida eterna para los que vienen a la luz y condenación para los
hombres que la aborrecen y no vienen
a ella, podrás ver las profundas implicaciones que tiene para el ser humano, su
respuesta ante el mensaje de
Jesucristo.
Hicimos
la pregunta sobre cómo se produce el nuevo nacimiento, o bien, qué es lo que lo
hace suceder. Seguidamente consideramos la Palabra de Dios que hallamos en el
mensaje predicado para salvación, en este mensaje está la Palabra que es “la
semilla”, y tu corazón es “el terreno” en el que ella es plantada (recibida). Este
proceso está descrito en la parábola del Sembrador (Marcos 4:20), en una de las
cartas del apóstol Pablo (1 Corintios 3:6) y en la carta de Santiago (1:21).
Ahora bien, como vimos, Dios resiste a los soberbios y da gracia a los
humildes. Esta gracia (regalo) es el
crecimiento sin el cual, “la semilla” no dará a luz la nueva vida. Esta vida
que recibimos completamente por gracia, es decir como un regalo, es dada por “Dios,
que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando
nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia
sois salvos)” (Efesios 2:4-5).
¿De dónde brota la vida de la semilla
del evangelio? ¿Del orgullo humano? ¿Del esfuerzo por hacer
el bien? ¿De negarnos a reconocer nuestra maldad? No, la vida que Dios nos da
brota en corazones pecadores: rotos, incompletos, sedientos,
necesitados, corrompidos, desfigurados por la concupiscencia, harapientos, con
el orgullo herido, fracasados, malvados, desnudos… pero todos ellos confesando
genuino arrepentimiento, por lo cual el Señor declara:
“Dios bendice a los que son
pobres en espíritu y se dan cuenta de la necesidad que tienen de él, porque el
reino del cielo les pertenece.
Dios bendice a los que lloran, porque
serán consolados.
Dios bendice a los que son humildes,
porque heredarán toda la tierra.
Dios bendice a los que tienen hambre y
sed de justicia, porque serán saciados.” (Mateo 5:3-6)
Y
aquel injuriador, blasfemo y perseguidor de cristianos (1 Timoteo 1:13) convertido
al Señor, llegó a escribir esta gloriosa verdad: “… nosotros también éramos necios y desobedientes. Fuimos engañados y
nos convertimos en esclavos de toda clase de pasiones y placeres. Nuestra vida
estaba llena de maldad y envidia, y nos odiábamos unos a otros. Sin embargo,
cuando Dios nuestro Salvador dio a conocer su bondad y amor, él nos salvó, no
por las acciones justas que nosotros habíamos hecho, sino por su misericordia.
Nos lavó, quitando nuestros pecados, y nos dio un nuevo nacimiento y vida nueva
por medio del Espíritu Santo. Él derramó su Espíritu sobre nosotros en
abundancia por medio de Jesucristo nuestro Salvador. Por su gracia él nos hizo
justos a sus ojos y nos dio la seguridad de que vamos a heredar la vida
eterna.” (Tito 3:3-7 NTV).
Así,
del llamado de Dios a la reconciliación por medio de la muerte de su propio
Hijo, se nos dice: “casi nadie se ofrecería a morir por una persona honrada,
aunque tal vez alguien podría estar dispuesto a dar su vida por una persona
extraordinariamente buena; pero Dios mostró el gran amor que nos tiene al
enviar a Cristo a morir por nosotros cuando todavía éramos pecadores. Entonces,
ya que hemos sido hechos justos a los ojos de Dios por la sangre de Cristo, con
toda seguridad él nos salvará de la condenación de Dios.” (Romanos 5:7-9)
“El
espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo
os he hablado son espíritu y son vida.” (Juan 6:63).
El
Señor dijo: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del
Espíritu, espíritu es.” (Juan 3:6). Dios busca verdaderos adoradores,
en espíritu y en verdad (Juan 4:23).
Este
punto es crucial. No se puede falsificar
la vida espiritual en tu interior. O sea, se puede fingir creer, se puede
aparentar ser “cristiano”, cierto conocimiento religioso, bíblico, realizar
buenas acciones, etc., etc., pero no podemos tener una vida espiritual real en
nuestro corazón si no es por medio del regalo que solo Dios puede dar: “nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al
Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar”
y ahora lee lo siguiente atentamente:
“…
el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni
le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en
vosotros. 18 No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. 19 Todavía un poco, y
el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros
también viviréis. 20 En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre,
y vosotros en mí, y yo en vosotros. 21 El que tiene mis mandamientos, y los
guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le
amaré, y me manifestaré a él. 22 Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo
es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo? 23 Respondió Jesús y le dijo:
El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y
haremos morada con él. 24 El que no me ama, no guarda mis palabras; y la
palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió.” (Juan
14:17-24)
Así
que, si llegaste a leer hasta aquí, con el sincero deseo de acercarte al Dios
verdadero, te encomiendo la reflexión de las siguientes porciones de las
Escrituras, para que, llegado el momento, puedas decir conmigo: ¡ahora veo!
“… Teniendo nosotros este ministerio según la
misericordia que hemos recibido, no desmayamos. Antes bien renunciamos a lo
oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios,
sino por la manifestación de la verdad
recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios. Pero si nuestro
evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los
cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que
no les resplandezca la luz del evangelio
de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a
Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de
Jesús. Porque Dios, que mandó que de las
tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones,
para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.”
(Carta del apóstol Pablo, 2 Corintios 4:1-6)
“Cara a cara hablaré con él, y
claramente, y no por figuras; y verá la apariencia de Jehová.”
(Números 12:8).
“De oídas te había oído; Mas ahora mis
ojos te ven.” (Job 42:5)
“Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar,
Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma.” (Génesis
32:30)
Dios te bendiga
N.M.G.
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