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El insulto de la moral y el llanto de un niño




 Lecturas seleccionadas. 

“La moral insulta al hombre porque ignora lo que es más elevado en él, lo que lo diferencia de los animales en última instancia: su relación con Dios. Trata con el hombre sólo en el plano más bajo y se olvida de que fue hecho para Dios. En el mejor y más notable de los casos, pone límites a sus logros y a las posibilidades de su naturaleza. Puede que ayude a hacer del hombre un animal racional y noble, pero no tiene en cuenta la gloriosa posibilidad de que el hombre se haga hijo de Dios. Por el contrario, es terrenal y temporal; ignora por completo la altura de las montañas y la visión de la eternidad, y por eso fracasa. Veamos una sencilla ilustración: un niño está lejos de casa, quizás pasando algún tiempo con algunos parientes. Extraña su casa y a su madre, y empieza a llorar. Sus amigos hacen todo lo posible por ayudarlo. Sacan juguetes, sugieren juegos, y le ofrecen golosinas, chocolate y todo lo que saben que le gusta, pero no sirve de nada. Ni los muñecos, ni los juguetes, ni los manjares más especiales pueden satisfacer a un niño que quiere estar con su madre.

A su corta edad, este pequeño filósofo comprende que, en ese momento, todas esas cosas son un auténtico insulto, y las aparta de sí. Necesita a su madre; no le sirve ninguna otra cosa. El hombre en su estado de pecado no sabe lo que necesita de verdad, pero muestra claramente que las mejores y más elevadas ofertas de los hombres no le satisfacen. Dentro de él existe una profunda insatisfacción que sólo puede satisfacer Dios mismo. No darse cuenta de esto no sólo es inadecuado, sino que es un insulto. El hombre fue hecho para Dios y a la imagen de Dios, y aunque ha pecado, ha caído y se ha apartado, conserva dentro de sí esa nostalgia que no se satisfará mientras no regrese a casa con su padre.” (tomado de La Deplorable Condición del Hombre y el Poder de Dios de Dr. Martyn Lloyd Jones, pp. 39-41)

“La persona promedio, sin fe ni esperanza ni Dios, está inmersa en una búsqueda personal y desesperada a lo largo de toda su existencia. No tiene claridad sobre dónde está, lo que está haciendo en este mundo y mucho menos hacia dónde se dirige. Lo triste del asunto es que la vida que vive la vive con un tiempo prestado y un dinero y fortalezas que tampoco le pertenecen; sabe a ciencia cierta que finalmente algún día morirá. Todo se reduce a la expresión desconcertante que muchos deberían admitir: “Se nos perdió Dios en algún lugar del camino”.

¿Qué sucede cuando las personas pierden a Dios? Creo que es bastante evidente que se ocupan mucho tratando de encontrar algo más que puedan adorar.” (tomado de ¿Qué pasó con la adoración? de A. W. Tozer)

Estas dos breves porciones que transcribí son parte de un llamado a todo el que anda en este camino de la vida sin la esperanza cristiana que trasciende la muerte, para que no sólo levantes los ojos hacia el Creador de los cielos y la tierra, sino que también sepas, que Él nos llama a venir a su encuentro, sin temor, como niños que buscan amor, perdón, provisión y refugio. Ese es el llamado del Señor Jesús: “Vengan a mí…”. Él logró lo que la moralidad no puede ni podrá jamás hacer por vos: anular tus deudas, pagar tus pecados e injusticias, investirte de justicia y hacerte un hijo de Dios para que seas heredero de la vida eterna. Sí, para eso murió Jesús en una cruz como un maldito, para que vos seas realmente bienaventurado, bendito/a por medio de la fe que pone toda su confianza en los méritos del Hijo de Dios, nuestro Salvador, el cual, como escribió su apóstol Pablo: “me amó y se entregó a sí mismo en rescate”.

Dios te bendiga.

N.M.G.

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