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Sin lugar para tibios




Revisando algunos viejos archivos en mi computadora me encontré con este texto que ya no recuerdo de dónde lo transcribí, pero que, vale la pena publicar. 

"Pasando por Anfípolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga de los judíos. Y Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo. Y algunos de ellos creyeron, y se juntaron con Pablo y con Silas; y de los griegos piadosos gran número, y mujeres nobles no pocas. Entonces los judíos que no creían, teniendo celos, tomaron consigo a algunos ociosos, hombres malos, y juntando una turba, alborotaron la ciudad; y asaltando la casa de Jasón, procuraban sacarlos al pueblo. Pero no hallándolos, trajeron a Jasón y a algunos hermanos ante las autoridades de la ciudad, gritando: Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá; a los cuales Jasón ha recibido; y todos estos contravienen los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús. Y alborotaron al pueblo y a las autoridades de la ciudad, oyendo estas cosas. Pero obtenida fianza de Jasón y de los demás, los soltaron.

Inmediatamente, los hermanos enviaron de noche a Pablo y a Silas hasta Berea. Y ellos, habiendo llegado, entraron en la sinagoga de los judíos. Y estos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así." (Hechos 17:1-11)

UN CELO QUE PRODUCE LLAMAS

Es perdonable que un discípulo no tenga gran capacidad mental y no pueda exhibir habilidades físicas. Pero ningún discípulo puede ser excusado en su falta de celo. Si su corazón no arde con viva pasión por el Salvador, la condenación cae sobre él.

Después de todo los cristianos somos seguidores del que dijo: “El celo de tu casa me consume” (Juan 2:17). Su Salvador fue consumido por una ardiente pasión por Dios y por sus intereses. No hay lugar en sus senderos para discípulos tibios e indiferentes.

El Señor Jesús vivía en un estado de tensión espiritual. Así lo indican sus palabras: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!" (Lucas 12:50). También está su memorable declaración: “Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar” (Juan 9:4).

El celo de Juan el Bautista fue atestiguado por el Señor cuando dijo: “Él era antorcha que ardía y alumbraba”. (Juan 5:35).

El apóstol Pablo era un celote. Alguien ha tratado de captar el fervor de su vida en el siguiente bosquejo:

“Era un hombre que no se preocupaba por ganar amigos. Sin interés ni deseo por los bienes mundanales, sin temor de pérdidas materiales, sin preocupación por la vida, sin temor por la muerte. Era un hombre sin rango, nación, ni condición. Era un hombre de un pensamiento: El Evangelio de Cristo. Hombre de un propósito: la gloria de Dios. Un necio, y contento de ser reconocido como necio por Cristo. Llámese entusiasta, fanático, charlatán, estrambótico o cualquier otro nombre ridículo que el mundo quiera ponerle, pero que siga siendo raro...

“Si no hablaba moría y aunque tuviera que morir, aún hablaba. No descansaba sino que extendía sus actividades por tierra y mar, roqueríos y desiertos arenosos. Clamaba en voz alta y no se medía para ello, ni nadie se lo podía impedir. En las prisiones elevaba su voz y en medio de las tempestades del mar no guardaba silencio. Testificaba de la verdad ante temibles concilios y delante del trono de reyes. Nada podía apagar su voz, sino la muerte, y aún ante la muerte, delante del cuchillo que habría de separar la cabeza de su cuerpo, él habló, oró, testificó, confesó, clamó a Dios, guerreó, y por último bendijo a la gente cruel”.

Otros hombres de Dios han mostrado el mismo ardiente deseo de agradar a Dios.

C.T. Studd escribió una vez:

“Algunos desean vivir al son de la campana de la Iglesia. Yo prefiero rescatar almas aún dentro del mismo infierno”.

Y justamente fue un artículo escrito por un ateo que aguijoneó a Studd a consagrarse enteramente al Señor.

Este era el artículo:

“Si yo creyera firmemente, como millones dicen creer, que el conocimiento y práctica de la religión en esta vida influye en el destino en la otra vida, entonces la religión sería para mí el todo. Desecharía los goces terrenales como si fueran escorias, las preocupaciones terrenas como locuras, los pensamientos y sentimientos terrenos como vanidad. La religión sería mi primer pensamiento al despertar y mi última visión al sumirme en la inconciencia del sueño. Trabajaría solamente en su causa. Mis pensamientos serían para el mañana de la eternidad solamente. Estimaría que un alma salvada para el cielo vale toda una vida de sufrimientos. Las consecuencias terrenales jamás detendrían mi mano, ni sellarían mis labios. El mundo, sus goces, sus penas, no tendrían lugar en mis pensamientos. Haría todo lo posible por mirar hacia la eternidad solamente, y a las almas inmortales como próximas a entrar a una eternidad de felicidad o a la miseria del sufrimiento eterno. Saldría al mundo y predicaría a tiempo y fuera de tiempo y mi texto sería: ¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mateo 16:26; Marcos 8:36).


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