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Fe para vencer en el último round

 


 

“Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén.” (2 Timoteo 4:18)

“No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (Salmos 23)

                        El testimonio del apóstol Pablo en su segunda carta a Timoteo, es muy especial, ya que, en términos meramente materiales/humanos, sería imposible de valorar, teniendo en vista que él, fue injustamente encarcelado, y finalmente, ejecutado. Sin embargo, pudo decir con verdad, al llegar al final de su vida, que había alcanzado la meta, "he guardado la fe" (2 Tim. 4:7), habiendo acabado la carrera y peleado la buena batalla (que no es contra "carne y sangre").

A eso le llamo yo terminar de pie el último round frente a la muerte, o como está escrito, "y habiendo acabado todo, estar firme" (Efesios 6).

Firmes, Fundados e Inamovibles

“Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído” (Colosenses 1:21-23)

Nuestro evangelio incluye un hecho fundamental en el cual se afirma y funda nuestra fe, la resurrección del Salvador, ya que, “si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe.” (1 Corintios 15:14)

Es en la obra consumada por Cristo donde hallamos el evangelio completo, al cual podemos confiar nuestra esperanza, como escribiera el apóstol Pedro: “Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado” (1 Pedro 1:13).

Lejos de escapar de la realidad, la fe que descansa en la obra de Jesucristo, entiende la dramática verdad que se debate en la Historia de la humanidad, en medio de un mundo corrompido por la obra de los enemigos de Dios. Pero en el choque de fuerzas, el unigénito Hijo del Padre se entregó para librar a todos los que estábamos bajo condenación, por lo que también nos dice:

            “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” (Juan 16:33)

            “… este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos. Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?”  (1 Juan 5:3-5)

Por un lado están los que pueden “Vencer al mundo” al ser rescatados por el Redentor, y a los que el verdadero Vencedor les pregunta: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mateo 16:26)

No estamos llamados a ganar el mundo sino a vencerlo. ¿Cómo podemos vencer al mundo? En el testimonio del mismo apóstol que llegó al final de su vida asido de la Palabra de vida, encontramos un acercamiento a la respuesta: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.” (Gálatas 6:14)

El apóstol Pablo se gloriaba en la cruz del Señor Jesucristo, él entendió con la misma claridad que su Maestro que el mundo no tenía nada que ofrecer más allá de esta vida, por eso, él también escribió a los corintios: “Si nuestra esperanza en Cristo es sólo para esta vida, entonces somos los seres humanos más dignos de lástima. Pero en realidad Cristo ha resucitado y fue el primero de todos los que serán resucitados de la muerte.” (1 Cor. 15:19-20)

 ¿Sabes qué significa gloriarse en la cruz de nuestro Señor?

Significa que uno reconoce todo el crédito, todos los méritos, todo el valor de la obra consumada por Jesucristo en nuestro favor, sin tener confianza alguna en nuestras “obras de justicia” (ver Isaías 64:6, Tito 3:4-6, Ef. 2:8-9, entre otros). Nuestro anuncio como cristianos es que Dios “puso (a Cristo) como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús. ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe.” (Romanos 3:25-27)

Es la fe de los pecadores arrepentidos la que condenará al mundo, porque, como les dijo el Señor a sus contemporáneos: “De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle.” (Mateo 21:31-32). Jesús es a la humanidad, lo que Juan el Bautista fue al pueblo judío de los tiempos de los apóstoles.

Y aquí estamos nosotros, los cristianos, confesando la obra misericordiosa de Dios a favor de todo aquel que recibe el regalo de la vida por medio del sacrificio de su Hijo unigénito; sin embargo, el rechazo, la apatía, el menosprecio, la burla, la negación, y toda forma de oposición se levantan en contra del glorioso evangelio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Pero por más oposición que los hombres y mujeres levanten, la Palabra de Dios es con autoridad, y se nos dice que Él, “habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.” (Hechos 17:30-31) y la Escritura declara: “El que guarda el mandamiento no experimentará mal; y el corazón del sabio discierne el tiempo y el juicio” (Eclesiastés 8:5).

¿Está tu fe firmemente fundada sobre “la Roca cuya obra es perfecta” (Deut. 32:4)?

Todos deberemos enfrentar la inclemencia de esta vida pasajera, en la que los vientos y lluvias golpearán tu morada (Mateo 7:24-27; 2 Cor. 5:1-7). La promesa de permanecer para siempre (Juan 8:35; Juan 10:28, 1 Jn. 2:17), es para aquellos en los que se cumplirá la Escritura “con vuestra fe (en Jesucristo) salvaréis vuestras almas… mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios. (1 Pedro 1:9; 21)

Notemos como, una y otra vez, se señala a la resurrección del Señor como fundamento poderoso de la fe de todos aquellos que confían en Él, como está escrito: 

              “Cuando lo que se pudre se vista con lo que nunca se pudre, y cuando lo que muere se vista con lo que nunca muere, entonces lo que dice la Escritura se hará realidad:

«La muerte ha sido devorada por la victoria.

 Muerte, ¿dónde está tu victoria?

    Muerte, ¿dónde está tu aguijón?»  El aguijón de la muerte es el pecado. El poder del pecado es la ley. Pero demos gracias a Dios que nos ha dado la victoria a través de nuestro Señor Jesucristo. Por lo tanto, hermanos, permanezcan firmes y no dejen que nada los haga cambiar.” (1 Cor. 15:54-58 PDT)

Así entonces, nuestra fe y esperanza se afirma, funda y sostiene, en el Dios de la Biblia, el Dios de Jesucristo, por eso, podemos unirnos a la voz del salmista de ese mismo Dios del Antiguo Testamento que anunció la venida del Mesías, cuya grandeza proclamamos, y en cuya obra descansamos:

“En Dios solamente está acallada mi alma;

De él viene mi salvación.

Él solamente es mi roca y mi salvación;

Es mi refugio, no resbalaré mucho.

¿Hasta cuándo maquinaréis contra un hombre,

Tratando todos vosotros de aplastarle

Como pared desplomada y como cerca derribada?

Solamente consultan para arrojarle de su grandeza.

Aman la mentira;

Con su boca bendicen, pero maldicen en su corazón. Selah

Alma mía, en Dios solamente reposa,

Porque de él es mi esperanza.

Él solamente es mi roca y mi salvación.

Es mi refugio, no resbalaré.

En Dios está mi salvación y mi gloria;

En Dios está mi roca fuerte, y mi refugio.

Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos;

Derramad delante de él vuestro corazón;

Dios es nuestro refugio. Selah” (Salmos 62:1-8)

Amén.-

 

N.M.G.

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