"Mejor es la buena fama que el buen ungüento; y mejor el día de la muerte que el día del nacimiento. Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón." (Eclesiastés 7:1-2)
"Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras." (Mateo 16:26-27)
"Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia." (Filipenses 1:21)
No se requiere mucha inteligencia para reconocer que es mejor ganar el alma que el mundo entero. Y que nuestra alma, no está en nuestro poder, porque la muerte nos enseña nuestro límite inherente de ser mortales y no podernos dar vida a nosotros mismos. Pero sin embargo, la sabiduría divina nos enseña que mejor es el día de la muerte que el día del nacimiento. Una persona que descarta el mundo espiritual y las promesas de una vida venidera, jamás podrá aceptar esta premisa milenaria. Pero para los que creen, la esperanza de un Cristo que puede salvarnos de la pérdida total, esto es, de perder nuestra alma y con ella todo posible goce o recompensa, es el mensaje más valioso de toda la vida.
En el mensaje cristiano, hallamos esperanza de un porvenir de "gloria, honra e inmortalidad" (Romanos 2:7). Por esta razón, el apóstol Pablo podía declarar en un sentido verdadero y genuino que el morir, para quien vive para Cristo, es ganancia. Y está claro que esta ganancia sale de las manos de Cristo mismo, el cual ha prometido que "pagará a cada uno conforme a sus obras" (comparar con Proverbios 8:21).
Dios no sólo ha prometido recompensar a los que perseverando en bien hacer buscan gloria y honra, sino que también ha asegurado que la venganza y el juicio son suyos, y castigará a los impíos. Por esta razón nos manda a anunciar su evangelio de salvación y de juicio, porque ha señalado un día en el que juzgará al mundo con justicia, y a todo hombre con la verdad. ¿Podrás enfrentarte a su Tribunal sin ser hallado culpable de fallas y males?
Todo cristiano verdadero, ha pasado por la estrecha puerta del reconocimiento de su propia maldad. El orgullo no puede pasar a través de ella, sólo el que se humilla delante de la verdad de Cristo puede pasar a través de la puerta estrecha ("Entren por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan." Mateo 7:13-14).
La única recompensa por el alma de cada ser humano no puede basarse en dinero, el único medio es la sangre que Cristo derramó (1 Pedro 1:18-20), que es la vida misma del inocente que fue entregado por los pecados de los hombres y mujeres. Esta terrible verdad, en la que el Justo e Inocente fue traicionado, abandonado, maltratado, torturado, e ignominiosamente ejecutado como un criminal, es el martillo con el que el Juez del universo, absuelve a todo aquel que extiende sus manos al perdón de Dios, para justificación del impío, o que condena a todo aquel que rehúsa creer en el unigénito Hijo de Dios (leer Juan 3 y Romanos 3 y 4) permaneciendo entonces bajo sus pecados.
Cada día que pasa, es un día más que nos acercamos al gran día, el día de enfrentar a Dios desnudos, por dentro y por fuera, todo secreto expuesto, y todo deseo e intención pesada en balanza de justicia. Por esta razón, Cristo es el precioso Salvador de todo pecador que con humildad reconoce su pobreza espiritual, y su absoluta necesidad de ser vestido con la justicia que Cristo proveyó como sustituto de cada ser humano que pone su confianza y esperanzas en Él.
"El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." (Juan 1:29).
El apóstol Pablo escribió: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo." (Gálatas 2:20-21)
¿Serás contado tú entre uno de los redimidos por el Gran Rey y Salvador Jesucristo?
Podes pedir a Dios, hoy mismo en oración, por la redención de tu alma, en el nombre de Jesucristo. El primer paso para pasar a través de la puerta estrecha que lleva a la vida.
Dios te bendiga.
N. M. G.
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