De vez en cuando
me encuentro apreciando los escritos de algún reflexivo y sabio hombre de Dios
cuyas palabras han sido publicadas en los libros a los que podemos acceder
gracias a la imprenta y los medios modernos por los que, no importa a cuántos
miles de kilómetros de distancia o en qué idioma haya escrito el autor, su obra
es puesta a nuestro alcance.
Sin embargo, hoy por hoy las personas que leen
libros completos sin que sea por obligaciones de estudio y por la sola búsqueda
de un conocimiento mayor y mejor de sí mismos y de la verdad de Dios, son una,
me atrevo a afirmar, creciente minoría.
Es por esta razón que considero que
rescatar un pasaje, un pensamiento, un mensaje digno de compartir, de estos
libros, es de provecho para aquellos que de otra manera, no tendrán más que la
información desarrollada por los medios masivos de opinión, lejos de la
sabiduría que hallamos en la intimidad de una charla espiritual con un amigo
digno de confianza que nos aconseja, nos ayuda a examinarnos y nos alienta a
buscar lo vivo y verdadero en torno a Dios nuestro Creador y la vida en la que
Él nos conduce.
Fui impulsado a escribir
este tema a poco de comenzar la lectura de “Correr con Los Caballos”, libro de
Eugene H. Peterson, escritor cristiano de quien ya he compartido en otro
apartado de este blog. Comenzaré con algunos breves pasajes que he seleccionado
por haber hallado en ellos aire fresco y revitalizador, a fin de que seamos
impulsados a no conformarnos con el molde prefabricado y resignado de una vida
consumista y cómoda que el sistema global puja por ofrecernos, en la cual, las personas
“religiosas” no están exentas de caer, sino, tal vez, todo lo contrario.
“Vivimos en una
sociedad que trata de disminuirnos hasta el nivel de zombis de tal forma que
corramos mecánicamente, comprando y consumiendo. Es necesario reaccionar.
Jeremías (el Profeta) es una reacción: un ser humano bien desarrollado, maduro
y robusto, viviendo por la fe… en el examen meditativo de estas páginas de las
Escrituras, espero provocar la insatisfacción por cualquier cosa que no sea lo
mejor. Deseo proveer documentación fresca de que la única manera en la que cada
uno de nosotros puede tener una vida plena es a través de una vida de fe
radical en Dios.
Cada uno de nosotros necesita ser movido a llevar una vida
plena, tomar conciencia de los hábitos morales torpes, sacudirse de las tareas
banales e insignificantes. Jeremías hizo esto por mí. Y no sólo por mí.
Millones de cristianos y judíos han sido motivados y guiados hacia la
excelencia a medida que han atendido a la palabra de Dios dada a y por medio de
Jeremías.” (pp.15 y 16)
“La vida es
difícil, Jeremías. ¿Te vas a rendir con la primera señal de oposición que se
presente? ¿Te vas a retirar cuando has descubierto que la vida es mucho más que
tres comidas al día y un lugar cómodo donde dormir por la noche? ¿Vas a salir
corriendo en el momento que los hombres y mujeres están más interesados en
mantener tibios los pies que en vivir para la gloria de Dios? ¿Vas a vivir
cobarde o valientemente? Te llamé para que tuvieras una vida plena, para que buscaras
la rectitud, para que fijaras tu rumbo hacia la excelencia. Es más sencillo ser
neurótico, lo sé. Es más sencillo ser un parásito. Es más sencillo relajarse en
los brazos tiernos de La Media. Es menos complicado, pero no mejor. Más fácil,
pero no más significativo. Más sencillo, pero no más satisfactorio. Te llamé a
una vida con propósito más allá de lo que crees que eres capaz de vivir y te
prometí las fuerzas adecuadas para cumplir tu destino. Ahora, a la primera
señal de dificultad te quieres rendir. Si estás fatigado con esta muchedumbre corriente
de mediocres apáticos, ¿cómo estarás cuando la verdadera carrera comience, la
carrera contra los rápidos y determinados caballos de la excelencia? ¿Qué es lo
que en realidad quieres, Jeremías, arrastrarte con la multitud, o correr con
los caballos?
“… Es poco
probable, creo yo, que Jeremías fuera espontáneo o rápido en su respuesta a la
pregunta de Dios. Los ideales extáticos de una vida nueva han sido salpicados
con el cinismo del mundo. El ímpetu eufórico del entusiasmo juvenil ya no
estaba más en él. Él sopesó las opciones. Evaluó el costo. La duda lo llevó de
un lado a otro. Cuando la respuesta llegó, ésta no fue verbal sino biográfica.
Su vida fue la respuesta: “Competiré con los caballos”.” (pp. 17 y 18)
“… Primero, la vida era mucho más allá de lo
que yo había conocido hasta entonces en mi hogar y en la escuela, en las calles
y callejones de mi pueblo, y era importante saber que era, ir fuera y explorar.
Segundo, la vida era una lucha del bien contra el mal y la batalla era por los
más altos intereses: la victoria del bien sobre el mal, de la bondad sobre la
maldad. La vida es una continua exploración de una mayor realidad. La vida es
una constante batalla contra todo aquel o todo aquello que corrompa o minimice
su realidad…” (pp. 21 y 22)
“Una de las
tareas supremas de la comunidad de fe es anunciarnos claramente y lo más pronto
posible el tipo de vida dentro de la cual podemos crecer, ayudarnos a fijar
nuestra vista en lo que significa ser un ser humano completo. Ninguno de
nosotros, por el momento, está completo. Dentro de una hora, dentro de un día,
habremos cambiado. Estamos en el proceso de transformarnos en más o en menos. Hay
un millón de intercambios químicos y eléctricos sucediendo en cada uno de
nosotros en este preciso instante. Transacciones espirituales e intrincadas
decisiones morales están teniendo lugar. ¿En qué nos estamos transformando? ¿En
más o en menos?
Juan, escribiendo a la primera
comunidad de cristianos, dijo: “Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se
ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él se manifieste,
seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es” (1 Jn. 3:2). Somos niños, seremos adultos. Aún no vemos los resultados de en lo que nos
estamos transformando, pero conocemos cuál es la meta, ser como Cristo, o en
palabras de Pablo, llegar a ser un “hombre perfecto, a la medida de la estatura
de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:13). No nos deterioramos. No nos
desintegramos. Nos transformamos.”
(p.27)
“Jeremías, un
nombre unido al nombre y actuar de Dios. La única cosa más importante para
Jeremías que su propio ser, era el ser de Dios. Él luchó en el nombre del Señor
y exploró la realidad de Dios, y en el proceso creció y se desarrolló, floreció
y maduró. Siempre estuvo extendiéndose,
encontrando cada vez más la verdad, entrando en contacto más con Dios,
haciéndose más él mismo, más humano.” (p.30)
Esta
transformación de la que nos habla Peterson, es el madurar y crecer en
dirección a la plenitud propia del hombre que, creado a imagen de Dios (cf. Gn.
1:27) es “transformado de gloria en gloria en la misma imagen como por el
Espíritu del Señor” (2 Cor. 3:18). Es la vida de quienes han recibido la
palabra con toda solicitud, no como palabra de hombres “sino según es en
verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en… los creyentes” (1 Tes. 2:13). Es
ese no conformarse a la mentalidad, hábitos y modos de este mundo y sus vanos deseos
engañosos, para renovarnos “en el espíritu de nuestra mente” para así vestirnos
“del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”
(Ef. 4:23-24). Este es el crecimiento dado por Dios por medio de su Palabra a
los que humildemente le aman en espíritu y en verdad, en fe y obediencia, de
palabra y con hechos sinceros.
Fueron y son las
palabras de Dios las que forjaron y forjan la vida y el carácter de sus
servidores. Y es la respuesta de nuestra
alma ante el llamado de nuestro Señor a salir de la multitud de apáticos
espirituales y darlo todo por Él la que determinará en qué nos transformaremos.
Tenemos pues una meta: “el premio del
supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:14) a la que apunta el
Apóstol cuando nos dice que su trabajo y sufrimiento era para que los creyentes
“también obtengan la salvación que es en
Cristo Jesús con gloria eterna” (2 Tim. 2:10). Por tal razón tales
creyentes también son exhortados por el
Apóstol a “correr de tal manera que lo obtengan (el premio)” (ver 1 Cor.
9:24-27).
Por lo tanto, ser creyente no es sino la condición
necesaria para poder correr en la dirección a esa meta que sólo la fe genuina
puede hacernos anhelar, la misma fe que se alegra “con gozo inefable y
glorioso” al recibir “el evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen
de Dios” (2 Cor. 4:4).
Serán entonces
sólo aquellos que están absorbidos por la revelación del reino de los cielos y
la esperanza del regreso de su Señor y Salvador -quien vendrá a reinar y juzgar
al mundo para dar el pago a cada uno (cf. Ro. 2:6-10, 2 Tim. 4:8, 1 Tes. 1:9-10)-
los que correrán para obtener las promesas dadas por el Señor a sus siervos.
Vivir para
Cristo, es el punto de partida y llegada para todo aquel que busca recibir la
vida abundante de la cual Él habló (Jn. 10:10) esperando “gloria, honra e
inmortalidad” (Ro. 2:7) pero no en esta vida. Hace poco di una respuesta a la
pregunta ¿por qué vivir para Cristo? Y, más allá de otras respuestas posibles y
válidas, hallé más satisfactoria la respuesta que me lleva a entender y estar
consciente de que, elegimos vivir para Cristo, porque es lo mejor. Esta es la elección más inteligente que un ser humano
puede hacer en esta vida. Elegir a Aquel que dijo: “Yo soy el camino, y la
verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6).
Todos amamos lo
mejor. El anhelo del hombre es tener lo mejor, disfrutar lo mejor, alcanzar lo
mejor, conocer lo mejor. Pues bien, Cristo es en quien se hallan “todos los
tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col. 2:3), en Él está la vida, Él
es la luz de los hombres (Jn. 1:4). La excelencia de su persona y la grandeza
de su poder, van de la mano con las palabras del salmista: “En tu presencia hay
plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre” (Sal. 16:11).
Espero que estas
palabras te impulsen, no ya a acercarte a Dios tibiamente, sino a correr hacia
Cristo con ferviente expectación, porque como dijo Eugene “se nos llama a una
incomparable asociación con Cristo”, en donde la revelación del plan eterno de
Dios se nos comunica señalando a “Jesús, coronado de gloria y honra, a causa
del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte
por todos. Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por
quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la
gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.” (Heb.
2:9-10)
Llegará el día
en que Jesucristo se manifieste con poder y gloria (ver 2 Tes. 1:5-12). El
llamado a esforzarnos para ser tenidos por “dignos de su llamamiento” es lo que
nos distingue de los que reciben “la gracia de Dios en vano” (2 Cor. 6:1), de
los muchos llamados, pero que no serán contados entre los que reinarán con el
Señor con gloria eterna (ver Ap. 2:7, 10-11, 17, 26-28, 3:5, 11-12, 21) porque los que son dignos de estar con el Él, son
aquellos que “son llamados, y elegidos y fieles” (Ap. 17:14). Y solo quienes
perseveren hasta el fin serán salvos (ver Mr. 13:13,
Hch.1:14; 2:42; 13:43)
El Señor busca
entre los hombres y mujeres a sus escogidos (Mt. 22:14), de modo que sus
palabras encienden la alarma en nuestro corazón cuando le oímos decir: “no es
digno de mí” (ver Mt. 10:34-40 y 22:1-14), llevándonos al celo del que no desea
nada en esta vida por sobre la persona misma de su Creador.
N.M.G.
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