Hay una fuerte tentación a pasar por alto las palabras más importantes y profundas del Señor en la búsqueda de otras cosas, con la excusa de que son buenas y espirituales, etc.
Entre las muchas cosas que nos ha enseñado y mandado, hay una que surge como principio irreductible: perder nuestra vida para poder ganarla (salvarla).
Así lo leemos en Marcos 8:34-36
"Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.
Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará.
Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?"
Y, dada su importancia, las mismas palabras se registran en Mateo 16 y Lucas 9. Las mismas palabras, el mismo llamado, la misma exigencia irrenunciable.
¿Qué significa este llamado a tomar la cruz y seguir al Señor?
Primero que nada es un llamado a ser sus discípulos, recordemos que es a judíos que habían creído en él a quienes les dice que para ser verdaderamente sus discípulos necesitaban permanecer en sus palabras para conocer la verdad (ver en Juan cap 8).
Los discípulos del Señor se distinguen por su apego a sus palabras y enseñanza, así como a su persona y al anhelo de ver cumplirse sus promesas de retorno y comunión más allá de la muerte. Esto hace que cobre pleno sentido el ganar o perder el alma, y ese es precisamente el argumento lógico que nos presentó el Señor para considerar qué le da sentido a nuestros deseos y ambiciones en esta vida: ganar las cosas del mundo (placeres, bienes, honores, etc.) o ganar a Cristo (como escribió el gran apóstol en Filipenses 3:8) "en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento" (Colosenses 2:3).
Hay una vida, la que es apariencia que pasa, superficial, pasajera y mortal, que nada permite llevar con uno a la tumba. Y hay una vida, secreta e íntima, que está escondida con Cristo (Colosenses 3:2-4), la cual el mundo no puede ver (Juan 14:17) y en la cual tenemos puesta nuestra esperanza los que hemos echado mano de las palabras de verdad y de gracia que el Señor nos ha anunciado.
Así entonces, hay dos vidas que podemos vivir, la que nos ofrece el mundo, la cual es corruptible, y la que nos ofrece Cristo, como nos enseña la Escritura: "Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna." (Gálatas 6:8) "Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz." (Romanos 8:5-6)
Ocuparse del Espíritu es vida y paz. Y como leímos, esto comienza cuando pensamos en las cosas del Espíritu, lo cual nos lleva a entender lo que Dios nos ha concedido y a lo que nos ha llamado y a lo que nos guía con sana sabiduría. Así, ocupar nos da la idea de poner una cosa en un lugar de modo que una vez ocupado no podemos poner otra cosa. Así es el tiempo en esta vida: podemos usarlo para una cosa o para otra, pero no podemos servir a Dios y a las riquezas, como clara y tajantemente nos declara nuestro Señor. Si estamos ocupados buscando hacernos ricos o exitosos, no tendremos tiempo para seguir cada día la voluntad del que nos llama a perder nuestra vida.
Esto está inseparablemente ligado con ganar la vida o perderla por causa del Señor. Las cosas de este mundo se miden y valoran en dinero y reconocimientos, pero las cosas del reino de los cielos (el ocuparse de las cosas eternas) no trae dividendos monetarios, sino gozo, paz y paciencia en las aflicciones y dificultades, privaciones que se hacen necesarias por causa del Evangelio que debemos predicar, compartir, enseñar y vivir (conf. 2 Tim. 2:3-5).
En Lucas 10:38-42 leemos como Marta estaba afanada y turbada con muchas tareas, pero el Señor le indicó que sólo es necesaria una cosa, la única que no se nos puede quitar (v. 42), la cual María su hermana había escogido. Pero esto tenía un costo para Marta, que era dejar de hacer ciertas cosas para lo cual necesitamos tiempo y esfuerzo (en su caso era atender los quehaceres del momento) y sentarse a los pies del Señor para oír sus Palabras. Acá vemos el cuadro claro de nuestro mundo en el que muchos van quejándose de estar cargados de ocupaciones, problemas y cosas que "deben hacer", y que no tienen tiempo para detenerse y oír en quietud las benditas palabras que han salido de la boca de Dios.
Pero, preguntemos, ¿dónde está la inteligencia en perder lo permanente por querer ganar lo momentáneo? ¿Puede servir de excusa el tenernos que ocupar de algo pasajero para desatender algo que determina lo eterno?
Por supuesto que no, pero eso es lo que las sociedades modernas se dedican a hacer y promover, (incluso en los círculos religiosos en donde las muchas ocupaciones quitan el oído de la sana enseñanza) para estar tan ocupados que no tengamos tiempo para las cosas del Espíritu Santo, en las que, a diferencia del afán y la ansiedad (estrés, etc.) que generan las causas mundanas (*), nos lleva a la vida escondida en Cristo, en la cual hay paz y vida abundante, una vida que no se puede comprar con dinero, ni se puede alcanzar por mucho que se trabaje, porque es por gracia por medio de la fe, de modo que quien no se detiene a los pies del Señor Jesús con un corazón humilde dispuesto a recibir la enseñanza y el mandamiento, y para ello perder "su" tiempo y actividades, lo cual es tomar la cruz de la negación (no puedo hacer aquello para hacer esto otro), no puede recibir este don que Dios revela a los que se vuelven como niños en dependencia y confianza hacia Él.
(*) ver 1 Juan 2:15-16 y Santiago 4:1-3
¿Ya te has detenido lo suficiente estimado lector para oír la voz del Señor que te llama a salir del mundo y seguirle?
Próximamente seguiremos tratando este tema que nos habla del arte de perder, para ganar.
Dios te bendiga.
N.M.G.
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