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PLACER

 



¿De dónde viene el placer? 

Pienso en la satisfacción que encuentra el sabio en el conocimiento, lo mismo que el atleta que encuentra disfrute en la vitalidad física, o una pareja en sus caricias. Disfrutamos, nos deleitamos en las cosas, hallamos placer en la inteligencia, en la fuerza, en la poesía, en la destreza, en la música, en la justicia, en la comida, etc., etc., etc. 

La multiforme gracia del Creador está presente en toda la creación que nos dio. 

¿Qué se necesita para degustar un rico plato de comida? La respuesta a esta simple pregunta nos permite ver que somos los receptores de una cadena de hechos dirigidos a nuestra satisfacción, lo que dista absolutamente del devenir aleatorio de un universo sin dueño. 

Antes de seguir convengamos que sería terriblemente absurdo pretender que el ciego azar de un mundo material se organizara de tal manera que todas las maravillas necesarias para llegar a nuestro placer se orquestaran. Las cosas inertes no podrían ponerse de acuerdo para llegar a dar a luz el más mínimo acto de placer.

Consideremos un ejemplo de placer cotidiano de todo ser humano. Comer.

Cuando sentimos hambre, el solo acto de comer nos brinda una sensación de bienestar. Tal vez mucha gente sufre de ingratitud en el mundo occidental porque nunca pasa hambre. Pero lo cierto es que el hambre que es saciada da satisfacción. Pero ese, es sólo el resultado final de una serie de factores mucho más compleja. Usted necesita semillas que den lugar a la planta de la que se alimentará. Necesita un clima apto para su crecimiento. Necesita un cuerpo con un sistema digestivo que transforme ese alimento en energía. Y eso es ya en sí mismo un tremendamente complejo sistema que interactúa con el medio natural que nos rodea. 

Sin embargo, en toda esa complejidad, el tema del placer no resulta necesario. No necesitamos papilas gustativas que nos den el placer de gustar los alimentos para vivir. Sin embargo, allí están, esas células capaces de permitir a nuestro cerebro decodificar el sabor de las cosas. ¿Y para qué? ¿Quién puso sabores agradables en las cosas comestibles? Desde un punto de vista funcional y de supervivencia, no había ninguna necesidad para ello. Pero aquí estamos, entre otras tantas maravillas de nuestro tremendo organismo humano, encontramos este agradable regalo que nos permite disfrutar del sencillo acto de comer.

En el primer libro de la Biblia leemos: “Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer.” (Gn. 1: 29), “Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado. Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer” (Gn. 2:8-9).

Delicioso a la vista y bueno para comer

¿Has pensado alguna vez en por qué los frutos son agradables, no sólo a la vista, sino también al olfato y al gusto? ¿Has pensado alguna vez en la complejidad que hay en el acto de poder oler las cosas? Tristemente hay personas cegadas por argumentos risibles que terminan aduciendo un simplismo infantil en donde la nada y el tiempo han sido los hacedores de todas estas maravillas sin número de las que somos acreedores los seres humanos. 

¿Y qué diremos de la capacidad que nos fue dada para preparar los alimentos de tantas formas? Las mil y un recetas que los cocineros desarrollan ¿no son también parte de ese regalo del Creador que nos permite crear nuevas combinaciones de sabores, y formas de cocción? Sin dudas, las implicaciones de un Creador Divino, son consistentes con una creación agradable, disfrutable, exquisita, llena de buenos frutos que el hombre y la mujer pueden explorar, explotar y exultar. 

Pero bueno, para vos que llegaste a leer hasta acá, seguramente ya haya un poco de luz disipando las tinieblas del pensamiento moderno, y puedas ver con más claridad lo que podemos confirmar con nuestros sentidos, que: “desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa”  (Romanos 1:20 NVI).

De esta simple, pero fundamental verdad, depende tu capacidad para recibir la verdad de Cristo, o quedar convicto del error y la necedad de quienes niegan a Dios, y dan gloria y ponen su fe en mentiras que niegan al único Dios, el Creador.

Si disfrutaste de este artículo, te invito a seguir leyendo otras entradas del blog, pero por sobre todo, a buscar al Creador, en el único libro en el que nos es dado a conocer su voluntad, la Biblia.

Dios te bendiga.

N.M.G. 

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