Jesús dijo: “Todo aquel que viene
a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante.
Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el
fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu
contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la
roca. Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa
sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego
cayó, y fue grande la ruina de aquella casa.” (Lucas 6:47-49)
En la era de la superficialidad,
la estética vale más que la ética, el cuerpo somete al alma, la apariencia se
prefiere al carácter y la integridad se pierde al precio del mercado.
En la era de la superficialidad, lo
pasajero vale más que lo eterno, el placer es mejor que lo bueno y la opinión
se prefiere a la verdad.
En la era de la superficialidad,
la imagen supera al contenido, los deseos suplantan el sentido y pasarla bien
es el mayor objetivo.
En la era de la superficialidad,
no hay preguntas profundas, no hay reflexiones trascendentes, no hay anhelos
por hallar al Dios verdadero que creó la realidad, sólo se cuestiona cómo
obtener lo que se quiere, cuánto ha de costar, y cuándo lo tendrás.
En la era de la superficialidad, el
mundo tiene todo lo que necesitas para contentarte con la vanidad, de modo que
disfrutes por un tiempo y te mueras sin haberte ocupado nunca de cavar, porque
los tesoros escondidos de la vida espiritual, son para los que buscan en la
profundidad, aquella en donde Cristo es hallado de verdad.
En la era de la superficialidad, es necesario cavar, cavar hondo, hasta dar con el fundamento de la fe, que es Cristo, el Señor de la gloria.
“... y me buscaréis y me hallaréis, porque me
buscaréis de todo vuestro corazón.” (Jeremías 29:13)
“para que sean consolados sus corazones, unidos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.” (Colosenses 2:2-3)
Amén.
N.M.G.
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