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¿Qué les da valor a las palabras?

 



¿Tienen valor las palabras? Por sí solas, es obvio que no. Sean dichas o escritas, nunca se daría valor a un libro por la cantidad de palabras que use, ni jamás se daría valor a un discurso por la mayor o menor cantidad de palabras que se digan en él. Está claro que las palabras no valen sino por lo que dicen, y, por sobre todo, por quién las dice.

Quién es el que habla es fundamental. “Te quiero”, en las palabras de una madre hacia su hijo, tiene mucho más valor que esas mismas palabras dichas por una maestra al mismo niño, por poner un ejemplo. Mismas palabras, diferente valoración.

Incluso podemos afirmar, que la persona que nos habla es más importante incluso que las palabras. Y esto es cierto en particular cuando hablamos de una promesa. Si un político promete terminar con la pobreza, esas palabras tienen escaso valor para cualquier persona con la suficiente experiencia en la vida. Pero si el Creador del universo promete poner fin a este mundo como lo conocemos hoy, esas palabras son realmente trascendentes y plausibles.

 

Toda la Biblia se basa en que Dios ha hablado al ser humano. Tenemos sus palabras registradas en el Sagrado Libro para que todos puedan consultarlas. Entonces, la gran pregunta que deseo plantearnos es, ¿qué valor tienen esas palabras para nosotros?

Cuando Jesús afirmó: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25) ¿Qué valor le das a esas palabras? Acá tenemos que evitar engañarnos diciendo que "creemos" a las cosas que dijo Jesús, si después no les damos el supremo valor que ellas implican. Si te están hablando de vida eterna y te das vuelta para ocuparte en cualquier otra cosa de este mundo pasajero antes que dedicar tiempo al anuncio de salvación, gloria e inmortalidad, es imposible que estés verdaderamente creyendo. ¡Sería como un hombre que dice que está enamorado de una mujer, pero pasa su tiempo con sus amigos y su mascota antes que querer estar con ella!

Hace unos días comencé a leer a un autor, Eric Sauer, que en el inicio de su libro decía que si alguien le ofreciera darle una cantidad de oro del tamaño del sol a cambio de su fe en Cristo, jamás dudaría de que su fe en Jesús es infinita e incomparablemente más valiosa que todas las posesiones que el oro pudiera comprar. Eso significa que Sauer tenía la fe que nos permite saborear las palabras del Mesías y sentir el gusto del valor eterno de verdades que nadie podrá quitarnos jamás.

Tal es el valor de las palabras de Jesús para los verdaderos creyentes, esto es, para las personas que se distinguen por el hecho de que, no sólo oyen y conocen las palabras de Dios dichas en el Antiguo y Nuevo Testamentos, sino que las valoran como son en verdad, las palabras de un Dios que ha de cumplirlas tan indefectiblemente como la próxima salida de sol.

Por eso, a todos los que nos regocijamos en las cosas que dijo y enseñó el Cristo, no nos caben dudas de que, tal como Él dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. (Mateo 24:35).

Sólo cuando comprendemos que es Dios mismo el que respalda el seguro cumplimiento de las palabras de Jesús, le damos todo su valor, porque las palabras valen, sólo en la medida de que sean verdaderas, y las promesas tienen valor, sólo si quien promete es capaz de cumplirlas.

Así que, amigos míos, nútranse de la buena palabra de Dios, llenen sus mentes de la incomparable enseñanza de Cristo, fortalezcan su alma como la de un enamorado al que su amada le ha dicho: te amo. Porque después de inquirir diligentemente en las Sagradas Escrituras, llegarán a conocer la incomparable verdad de que, para todo el que abre su corazón al evangelio, en él hallamos que se nos permite hacer nuestra esta afirmación: “(el) Hijo de Dios, … me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).

Sólo cuando esta afirmación te resulte realmente valiosa, y esas palabras se graben con deleite en tu conciencia, siendo preciosas para tu corazón, sólo entonces, habrás recibido “el amor de la verdad, para ser salvo” (2 Tes. 2:10) y habrás entendido el valor de la fe en Jesucristo, de tal modo que te será imposible amar al mundo, porque, como dice el apóstol amado: “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.” (1 Juan 2:15).

“¿A quién hablaré y amonestaré, para que oigan? He aquí que sus oídos son incircuncisos, y no pueden escuchar; he aquí que la palabra del Señor les es cosa vergonzosa, no la aman.” (Jeremías 6:10).

Muchos conocen la Biblia, pero, ¿cuántos pueden decir sinceramente que aman las palabras que por medio de ella, nos permiten recibir la verdad de Cristo y sus promesas?

"De la abundancia del corazón habla la boca." (Lucas 6:45).

Que las palabras del Señor sean tu mayor tesoro en esta tierra. 

Dios te bendiga. 

N.M.G.




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