“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?”
(Juan 11:25-26)
“Jesús clamó y dijo: El
que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al
que me envió.
“Yo, la luz, he venido
al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas.” (Juan
12:44-46)
Un par de días
atrás caí en la cuenta de una notable verdad implícita, creer y no creer son las
dos caras de una misma moneda: el ser creyente.
Ningún ser humano puede escapar del hecho de que hemos sido creados para creer.
Cuando alguien dice “yo no creo en eso” se da por supuesto que es porque en
lugar de “eso” cree en “esto otro”.
No existe un ateísmo que simplemente se
limite a no creer en Dios, porque siempre que preguntemos a un hombre o una
mujer ateos si creen en la evolución,
nos dirán que sí. Allí donde creen que no hubo un Creador creen no obstante que "algo pasó".
Simplemente, cuando alguien nos
dice que hará tal cosa podemos creerle o no creerle, pero este “no creer” es un “creer que no lo hará”. ¿Me explico? Siempre estamos creyendo, sea
que creamos en la existencia o no existencia, en la evolución o la creación, en
Jesús o en los políticos, en la promesa de un amigo o en la de un esposo, siempre
creemos en algo. Fuimos hechos para creer.
Es notable entonces el hecho de
que Dios permita que creamos una cosa u otra pero que en su soberano poder
determinara que todos creyéramos. Así
que el creer es consustancial al ser humano y a las respuestas que este adopta
sobre los grandes temas del misterio de la existencia. Considerando esto, te invito a reflexionar
en el siguiente pasaje:
“Si no hubiese oscuridad, el hombre no sentiría su miseria; si no
hubiese luz no esperaría salvación”. Más allá de todo “la fe es una cosa
tan grande que es justo que aquellos que no quieren tomarse el trabajo de
buscarla, queden privados de ella”. Por lo tanto “hay suficiente luz para el que quiere creer, pero bastante oscuridad
para el que no quiere creer”.
No hay otra manera de vivir que creyendo en
algo. Y no hay otra manera de agradar a Dios sino por medio de la fe. Por lo
que está escrito: “pero sin fe es
imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea
que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6)
¿Y por qué esto es así?
¡Porque no hay otra manera de
vivir que creyendo en algo!
En la palabra de Dios, o en las
teorías y filosofías humanas. En lo que Jesús enseñó o en lo que otros enseñan.
En un Creador del universo y de la vida o en un gran accidente destinado a
desvanecerse. En un propósito eterno trazado por Dios o en un destino sin causa
que perecerá con nuestra desaparición.
Podríamos poner muchos más
ejemplos de las creencias que subyacen en nuestras conciencias, pero espero que
estos pocos nos sirvan para ver cómo la fe está presente tanto en “creyentes” como en
“no creyentes”. Por lo que, resulta de suma importancia tomar el consejo de
Blas Pascal cuando escribió “conozcan al
menos cuál es la fe que rechazan, antes de rechazarla”. Y otro tanto para
la alusión del apóstol Pablo a los “argumentos
de la falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de
la fe” (1 Timoteo 6:20-21)
¿A qué se le llama ciencia pero
nos presenta argumentos que sólo pueden y deben
ser creídos? Los que desean buscar la verdad no tardarán en considerar la
información en torno a las pretensiones de la teoría evolucionista y la
ausencia de verdadera evidencia que no requiera de muchas aceptaciones que se
basan en la fe del creyente, antes que en la observación concreta de un proceso
evidente.
A los interesados les invito a
considerar los siguientes documentales:
http://www.youtube.com/watch?v=K7UdycWaeLs
Ahora bien, creer en la
existencia de Dios es sólo el principio de un camino en el que podemos buscarlo
con la esperanza cierta de experimentar personalmente el cumplimiento de sus
palabras: “y me buscaréis y me hallaréis,
porque me buscaréis de todo vuestro corazón.” (Jeremías 29:13) A este
respecto será clarificante para muchos la siguiente porción que he tomado de un
autor:
“… Dios es una Persona en el sentido pleno y absoluto
de la palabra. Es una persona que va en busca de las demás personas, de los
hombres. La Persona
por excelencia, que hay que descubrir y
conocer, pero descubrir y conocer como a las demás personas.
Pensemos en la experiencia concreta.
¿Cuándo es posible decir que uno conoce verdaderamente
a otro, y que ha tenido un encuentro auténtico con él? Cuando el otro revela su
intimidad y yo acepto confiadamente su revelación. Todo encuentro presupone, pues, por una parte la autorrevelación; y por la otra la confianza, la fe. Esta estructura del
pensamiento humano vale, también en el cristianismo, en el encuentro entre Dios
y el hombre.
He aquí, por qué al cristiano no le puede bastar la
afirmación de que Dios existe, para creer que le conoce. Por este camino se
llega al Dios de las “religiones”; al Dios islámico, por ejemplo. Un Dios cuya
verdadera naturaleza queda indicada por los nombres de sus fieles: islam significa “sumisión”; muslim,
del que proviene musulmán, es el
“sometido”. Este es un Dios al que no se lo puede llamar “padre”.
Para el cristianismo, tampoco basta acumular
demostraciones para conocer a Dios. Por este camino suelen llegar a Dios
algunos filósofos y algunos científicos. Es un Dios al cual se le puede
atribuir a lo más, la existencia. Que no tiene auténtico valor para nosotros.
No sólo. Es un Dios puesto contra la pared por dos objeciones fundamentales del
pensamiento moderno: la ciencia lo deja de lado, y el mal que desde siempre
atormenta al mundo, lo acusa. Es el Dios del deísmo, que está muy lejos del
cristianismo, tanto como lo está el ateísmo, según observa Pascal; que no tiene
nada que ver con el Dios de Abraham y de Jesús.” (en Hipótesis sobre Jesús de
Vittorio Messori, p.43)
Para aquellos que hablamos de un
conocimiento personal y cercano respecto de Jesucristo, de un nuevo nacimiento y
de una experiencia cierta de su manifestación en la intimidad de nuestra
conciencia (ver Juan cap. 3 y 4; Romanos cap. 8), Sus palabras son fundamentales, ya que nos revelan al verdadero
Dios y la verdad respecto a nosotros mismos. Leyendo el capitulo 14 del
Evangelio de Juan podremos distinguir mejor lo que la fe en Jesucristo implica:
“v.1 No se turbe vuestro corazón;
creéis en Dios, creed también en mí… v.6 Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la
verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. v.7 Si me conocieseis,
también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto… v.17
el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni
le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en
vosotros. v.18 No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.
v.19 Todavía un poco, y el mundo
no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también
viviréis.
v.20 En aquel día vosotros
conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.
v.21 El que tiene mis
mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado
por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él. v.22 Le dijo Judas (no el
Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?
v.23 Respondió Jesús y le dijo:
El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y
haremos morada con él. v.24 El que no me ama, no guarda mis palabras; y la
palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió.”
Con Jesucristo ya no se trata de
un Dios en que creer, sino de un Dios
a quien creerle y a quien amar. La diferencia es
pequeña gramaticalmente hablando, pero infinitamente grande espiritualmente
considerada, pues, como el mismo Señor lo ha revelado: “la hora viene, y ahora
es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad;
porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu;
y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Juan
4:23-24)
Dios nos buscó y nos habló a
través de Jesucristo.
Vos, ¿a quién vas a creerle?
N.M. G.
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