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De otros Poderes y de otras Libertades


Mejor es ser paciente que poderoso;
    más vale tener dominio propio que conquistar una ciudad” 
Proverbios 16:32







La primera acepción de la palabra dominio define este término como "Poder que alguien tiene de usar y disponer de lo suyo."

Poder... En la Universidad enseñan que "el poder" es una facultad política para gobernar la vida de las personas. Pero en un sentido mucho más amplio el poder es una capacidad para hacer algo. 

Puedo ver, puedo hablar, puedo pensar, puedo tocar, caminar, comprar, reír, relacionarme, construir, trabajar, etc., etc., etc. Sin embargo en el mundo se suele hablar de "la lucha por el poder". Tal es el poder que se ejerce sobre otros. Un poder que se relaciona con la obtención de territorios, bienes y recursos humanos y materiales. Se dice entonces que hay hombres poderosos y hombres oprimidos, amos y siervos, libres y esclavos.

Pero ese es sólo un aspecto del ejercicio del dominio. Cuando vemos a Jesús, su vida y su enseñanza, comenzamos a tomar conciencia de otra forma de poder, el cual se traduce en un dominio cualitativamente superior, puesto que se manifiesta en el interior de una persona captando su voluntad. Tal es el dominio que nos hace, o bien esclavos del poder que los deseos de la carne, de las cosas, y el anhelo de los títulos, estatus y honores tienden a construir artificialmente alrededor de la persona dominada, o bien, nos libra del dominio que todo ello ejerce en nuestra alma.

¿Qué cosas nos dominan?
¿A qué le estamos sacrificando nuestra voluntad y deseos?  
¿Cuál es el verdadero poder que necesitamos para ser libres?

Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.
Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?
 Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.” (Juan 8:31-34)

Cuando nuestro corazón produce malos pensamientos, odio, infidelidad, celos, envidias, rencor, soberbia, indolencia, lascivia, avaricia, etc., estamos siendo esclavizados por la maldad que hay en nosotros. Si podemos admitir que esas cosas, a las que la Biblia identifica con el pecado, no nos hacen bien, y aun más, nos amargan la vida, empobreciendo nuestra alegría de vivir, nuestro amor y nuestra gratitud, estamos en condiciones de aceptar que estamos siendo esclavos del poder del pecado.

Esto es lo que llevó al apóstol Pablo a escribir en el capitulo siete de su carta a los romanos “Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.” (v.16-21)

Es por esa razón que un cristiano comienza por ser un pecador que quiere que Dios lo sane. Una persona que reconoce su enfermedad o incapacidad espiritual. Un ser oprimido por un poder que lo domina y lo conduce a hacer un mal que no desea. Por eso Jesús dijo: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores.”(Marcos 2:17)

El arrepentimiento entonces nos conduce a libertad con que Cristo nos libera, actuando, no como un mero sentimiento de tristeza por nuestros errores, sino en verdad, como un profundo deseo de cambiar nuestro corazón, al desear la vida de Dios encarnada en Jesucristo, lo cual va acompañado de un poder para que lleguemos a tener dominio propio, entre otras cosas.

Comencé citando la definición que nos señala que el dominio es el poder de usar y disponer de lo suyo. Y podríamos decir que el pecado viene a pervertir, perjudicar y destruir lo que Dios nos dio para usar, disponer y disfrutar. Por eso la vida a la cual Cristo se refirió diciendo: El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” (Juan 10:10) es el objeto de la lucha de dos poderes, dos dominios. El poder de la injusticia, la mentira  y la maldad contra el poder de la justicia, la verdad y la bondad. Y cada uno de nosotros se encuentra en el campo de batalla.

Por eso luego de referirse a la esclavitud del pecado (su dominio sobre nosotros) Jesús añadió “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres (Juan 8:36)

Hay una vida que Cristo nos ofrece, una nueva vida hecha conforme a su Espíritu, para que habite en nosotros un espíritu “de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). 

Son los deseos los que nos atan a las cosas que nos dominan. El que desea malas cosas, se convierte en su esclavo. Pero si nuestro corazón comienza a admirar la imagen que Dios nos dio de sí mismo en su Hijo Jesucristo, entonces comenzamos a desear ser transformados a su imagen, y es así como Él nos guiará a través de una senda de  justicia en la cual resuenan sus palabras:

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” (Mateo 11:28-30)

¿Tenés el deseo pero no tenes el poder para cambiar? 
¿Te gustaría recibir la vida abundante de la cual habló Jesús?
Hay una forma de obtener esa vida de fe, amorosa, gozosa y con poder para vencer el mal.

Recurriendo a Él.

Cansados de nosotros mismos, ir a Él; cansados de los mismos errores, ir a Él; apenados de nuestros fracasos presentes y pasados, acudir a Él; cargados de nuestros temores ocultos, de nuestra conciencia manchada, con nuestra alma doliente y nuestra ignorancia a cuestas… vayamos al que además de invitar a los pecadores a acudir a Él, nos concede seguro consuelo al decir: 
                                      “y al que a mí viene, no le echo fuera.” (Juan 6:37)

Por eso, como amigo y siervo del que me libró del dominio de la iniquidad, puedo añadir mi testimonio a lo dicho afirmando que para todo aquel que confía de todo corazón en Jesucristo, la paz y el descanso de su alma son seguros, porque en el Evangelio hallamos el poder de Dios para salvación de todo aquel que cree, porque el Evangelio nos revela el poder de Cristo y su obra en nuestro favor. (conf. Romanos 1:16-17).


Amén.

N.M.G.

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