“Mejor es ser paciente que
poderoso;
más vale
tener dominio propio que conquistar una ciudad”
Poder... En la Universidad enseñan
que "el poder" es una facultad política para gobernar la vida de las personas.
Pero en un sentido mucho más amplio el poder es una capacidad para hacer
algo.
Puedo ver, puedo hablar, puedo
pensar, puedo tocar, caminar, comprar, reír, relacionarme, construir, trabajar,
etc., etc., etc. Sin embargo en el mundo se suele hablar de "la lucha por el poder". Tal es el poder que se ejerce sobre otros. Un poder que se
relaciona con la obtención de territorios, bienes y recursos humanos y
materiales. Se dice entonces que hay hombres poderosos y hombres oprimidos,
amos y siervos, libres y esclavos.
Pero ese es sólo un aspecto del
ejercicio del dominio. Cuando vemos a Jesús, su vida y su enseñanza, comenzamos
a tomar conciencia de otra forma de poder, el cual se traduce en un dominio cualitativamente
superior, puesto que se manifiesta en el interior de una persona captando su
voluntad. Tal es el dominio que nos hace, o bien esclavos del poder que los
deseos de la carne, de las cosas, y el anhelo de los títulos, estatus y honores
tienden a construir artificialmente alrededor de la persona dominada, o bien,
nos libra del dominio que todo ello ejerce en nuestra alma.
¿Qué cosas nos dominan?
¿A qué le estamos sacrificando
nuestra voluntad y deseos?
¿Cuál es el verdadero poder que
necesitamos para ser libres?
“Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros
permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.
Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos
de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?
Jesús les respondió: De cierto,
de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.”
(Juan 8:31-34)
Cuando nuestro corazón produce
malos pensamientos, odio, infidelidad, celos, envidias, rencor, soberbia, indolencia,
lascivia, avaricia, etc., estamos siendo esclavizados
por la maldad que hay en nosotros. Si podemos admitir que esas cosas, a las
que la Biblia
identifica con el pecado, no nos hacen bien, y aun más, nos amargan la vida,
empobreciendo nuestra alegría de vivir, nuestro amor y nuestra gratitud,
estamos en condiciones de aceptar que estamos siendo esclavos del poder del
pecado.
Esto es lo que llevó al apóstol
Pablo a escribir en el capitulo siete de su carta a los romanos “Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo
que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el
pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el
bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago
el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no
quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo
hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.” (v.16-21)
Es por esa razón que un cristiano comienza por ser un pecador que quiere que Dios lo sane. Una persona que reconoce su
enfermedad o incapacidad espiritual. Un ser oprimido por un poder que lo domina y lo conduce
a hacer un mal que no desea. Por eso Jesús dijo: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he
venido a llamar a justos, sino a pecadores.”(Marcos 2:17)
El arrepentimiento entonces nos
conduce a libertad con que Cristo nos libera, actuando, no como un mero
sentimiento de tristeza por nuestros errores, sino en verdad, como un profundo
deseo de cambiar nuestro corazón, al desear la vida de Dios encarnada en
Jesucristo, lo cual va acompañado de un poder para que lleguemos a tener
dominio propio, entre otras cosas.
Comencé citando la definición que
nos señala que el dominio es el poder de usar y disponer de lo suyo. Y podríamos
decir que el pecado viene a pervertir, perjudicar y destruir lo que Dios nos
dio para usar, disponer y disfrutar. Por eso la vida a la cual Cristo se
refirió diciendo: “El ladrón no viene
sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para
que la tengan en abundancia.” (Juan 10:10) es el objeto de la lucha de dos
poderes, dos dominios. El poder de la injusticia, la mentira y la maldad contra el poder de la justicia,
la verdad y la bondad. Y cada uno de nosotros se encuentra en el campo de
batalla.
Por eso luego de referirse a la
esclavitud del pecado (su dominio
sobre nosotros) Jesús añadió “Así que, si
el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36)
Hay una vida que Cristo nos ofrece, una nueva vida hecha conforme a su
Espíritu, para que habite en nosotros un espíritu “de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
Son los deseos los que nos atan a
las cosas que nos dominan. El que desea malas cosas, se convierte en su
esclavo. Pero si nuestro corazón comienza a admirar la imagen que Dios nos dio
de sí mismo en su Hijo Jesucristo, entonces comenzamos a desear ser
transformados a su imagen, y es así como Él nos guiará a través de una senda
de justicia en la cual resuenan sus
palabras:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré
descansar.
Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es
fácil, y ligera mi carga.” (Mateo 11:28-30)
¿Tenés el deseo pero no tenes el
poder para cambiar?
¿Te gustaría recibir la vida abundante de la cual habló
Jesús?
Hay una forma de obtener esa vida de fe, amorosa, gozosa y con poder para vencer el mal.
Recurriendo a Él.
Cansados de nosotros mismos, ir a
Él; cansados de los mismos errores, ir a Él; apenados de nuestros fracasos presentes
y pasados, acudir a Él; cargados de nuestros temores ocultos, de nuestra
conciencia manchada, con nuestra alma doliente y nuestra ignorancia a cuestas… vayamos al que además de
invitar a los pecadores a acudir a Él, nos concede seguro consuelo al decir:
“y al que a mí viene, no le echo fuera.”
(Juan 6:37)
Por eso, como amigo y siervo del
que me libró del dominio de la iniquidad, puedo añadir mi testimonio a lo dicho
afirmando que para todo aquel que confía de todo corazón en Jesucristo, la paz
y el descanso de su alma son seguros, porque en el Evangelio hallamos el poder de Dios para salvación de todo aquel que cree, porque el Evangelio nos revela el poder de Cristo y su obra en nuestro favor. (conf. Romanos 1:16-17).
Amén.
N.M.G.
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