"Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren." (Juan 4:24)
"Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad." (Juan 17:17)
A continuación he extraído del libro El camino
de Jesús del hermano Eugene H. Peterson una clara exposición bíblica sobre la
verdadera adoración y su opuesta, es decir, la adoración falsa, la cual
proviene de los hombres. Espero que todos puedan leer y entender este punto tan
importante que nos llama a discernir y desechar las prácticas de los
“adoradores” de nuestros días que son enemigos encubiertos de la cruz, cuyo
dios, no es el Señor, sino, como escribiera nuestro apóstol Pablo, sus propios
vientres (ver Filipenses 3:16-20).
Cualquier duda con el texto pueden dejar sus
comentarios para ser respondidos a la brevedad.
“Durante el periodo de varios cientos de años,
el pueblo hebreo le dio nacimiento a un número extraordinario de profetas:
hombres y mujeres que se distinguían por el poder y el talento con los que
presentaban la realidad de Dios –sus mandamientos y promesas y presencia viva-
a las comunidades y naciones que vivían acorde a fantasías y mentiras divinas.
Mucha gente creía más o menos en Dios. Pero la
mayoría de nosotros hacemos lo mejor posible para ajustar a Dios a nuestra
conveniencia, adaptando y modificando, haciendo que Él sea “relevante para
nuestra situación”. Los profetas insisten en que Dios es el centro vivo o no es
nada. Nuestra tarea es ser relevantes a su situación. Ellos insisten en que
hemos de tratar con Dios de la manera en que Dios se revela a sí mismo, no como nos imaginamos que él es. Yo digo
“insisto” en el tiempo presente, porque lo que ellos dijeron y escribieron,
canonizado en las escrituras judías y cristianas y vuelto a expresar siglo tras
siglo en la prédica y enseñanza de las sinagogas e iglesias, continúa
despertándonos a las cosas más importantes que ocurren en nosotros y a nuestro
alrededor: Jehová, el Dios vivo y presente que se revela a sí mismo. …” (pág.
98)
“Baal. El sermón de Elías a la congregación de
Israel allí reunida y las 450 profetas de Baal sobre el monte Carmelo es aun
más breve que el que le había predicado anteriormente al rey Acab: 16 palabras
en hebreo, 22 en español (1 Reyes 18.21). La montaña es su púlpito. Se preparan
dos altares, un altar para Baal y un altar para Jehová. Se colocan dos bueyes,
uno en cada uno de los altares. El Dios que responda con fuego y consuma el
buey será el Dios verdadero. El sermón de Elías exige una decisión entre ellos.
El llamado al altar perdura el día entero (1 Reyes 18).
El altar de Baal está presidido por 450
sacerdotes contratados por Jezabel. La acción es un teatro que presenta una
especie de danza con saltos y brincos donde los participantes exigen a los
gritos que los cielos entren en acción: ¡Fuego! ¡Lluvia! Mediante esos ritos de
participación, ellos intentaban eliminar el abismo que los separaba de Dios. La
aterradora majestad de Dios, el hecho de que es “diferente”, se diluye en las
pasiones religiosas de los adoradores. Los deseos que inflaman el alma son
exacerbados por los sacerdotes que danzan, gritan y se desangran. La
trascendencia de la deidad se reduce al éxtasis de las emociones manipuladas.
El culto a Baal exhibe la participación de los
sentidos. Se requieren imágenes: cuanto más osadas, cuanto más coloridas,
cuanto más sensacionales, mejor.
La música y la danza se convierten en los
medios para atraer a las personas sumidas en sus complejidades privadas para
incorporarlas en una respuesta masiva. La actividad sexual en el culto es algo
frecuente, ya que alcanza el objetivo principal del culto a Baal de manera tan
completa: la entrega extática de toda persona sensorial a la pasión del momento
religioso. La prostitución sagrada es una característica común de este culto.
Son prácticas mágicas y homeopáticas destinadas a garantizar una mayor
fertilidad y el poder divino a través de la intimidad sexual. Las prostitutas y
los prostitutos (qadesh y q’adesha) de Canaán son los acompañamientos usuales
del culto de Baal (y Asera).
La “fornicación” es la crítica profética
estándar del culto de la gente que se ha asimilado a las formas de Baal
(Jeremías 3:1 y sig.; 5:7;13:27; 23:10; 23:14; Ezequiel 16 y 23; Oseas 1:2 y
sig. 4.12; Amós 2.7; Miqueas 1:7). Mientras que la acusación profética de
“fornicación” contiene una alusión literal a la prostitución sagrada del culto
a Baal, es también una metáfora que extiende su significado a toda la teología
de adoración, la adoración que busca su logro mediante la expresión propia, la
adoración que acepta las necesidades y deseos y pasiones de los adoradores como
su base. La “fornicación” es la clase de adoración que dice: “te dará
satisfacción. ¿Deseas acaso sentimientos religiosos? Te los daré. ¿Deseas que
tus necesidades sean satisfechas? Lo haré de la manera que más te excite”. En
el culto a Baal es incomprensible la voluntad divina que se opone al gusto por
el pecado y las preocupaciones propias de la humanidad. Por lo tanto se la
descarta con impaciencia. El culto a Baal reduce la adoración a la estatura
espiritual del adorador. Sus cánones indican que ha de ser interesante,
relevante, y excitante. Dicen que yo “obtengo algo de ello”.
Al altar de Baal en el monte Carmelo
no la falta ni acción ni éxtasis. Los 450 sacerdotes despliegan todo un
espectáculo. Pero el llamado al altar no obtiene ningún resultado.
El
altar de Jehová está presidido por el solitario profeta Elías. Es algo
tranquilo, un culto que se centra en el Dios del pacto. Elías prepara el altar
y ora de manera breve y sencilla. En el culto a Jehová, algo se dice: son
palabras que llaman a hombres y mujeres a servir, amar, obedecer, cantar,
adorar, actual con responsabilidad, decidir. El culto auténtico implica el
estar presentes al Dios vivo que penetra toda la vida humana. La proclamación
de la palabra de Dios y nuestra respuesta al Espíritu de Dios toca todo lo que
está involucrado en el ser humano: la mente y el cuerpo, los pensamientos y
sentimientos, el trabajo y la familia, los amigos y el gobierno, los edificios
y las flores.
La
participación de los sentidos no queda excluida. ¿Cómo podría ser dado que la
persona entera tiene que estar presente a Dios? Cuando el pueblo de Dios adora,
asume diferentes posturas: está de pie, se arrodilla y se postra en oración.
Las danzas sagradas y las canciones antifonales expresan la solidaridad de la
comunidad. La vestimenta y la liturgia desarrollan energías dramáticas. El
silencio solemne sensibiliza a los oídos para que puedan escuchar. Sin embargo,
por más rica y variada que sea la vida sensorial, siempre está definida y
ordenada por la palabra de Dios. Nada se hace simplemente para el bien de la
experiencia sensorial involucrada. Esto elimina toda manipulación propagandista
y emocional.
Una
frase que comúnmente se usa en la cultura de América del Norte y que es
sintomática a las tendencias idólatras en la adoración es: “tengamos una
experiencia de adoración”. Es la perversión de “adoradores a Dios”. Es la
diferencia entre cultivar algo que tiene sentido para una persona y actuar en
respuesta a lo que tiene sentido para Dios. En la “experiencia de adoración”,
la persona ve algo que la entusiasma y comienza a rodearlo con envolturas
espirituales. La persona experimenta algo en el ámbito de la dependencia,
ansiedad, amor, pérdida o gozo y se establece una conexión con lo supremo. La
adoración se convierte en un movimiento que parte de lo que yo veo o
experimento o escucho y culmina en oración o celebración o discusión en un
marco religioso. Los sentimientos individuales falsifican la palabra de Dios.
El
pueblo de Dios con formación bíblica no usa el término “adoración” como la
descripción de una experiencia, como sería en el caso de “yo puedo tener una
experiencia de adoración con Dios en el campo de golf”. Lo que eso significa
es: “yo puedo tener sentimientos religiosos que me traen a la memoria cosas
buenas, asombrosas y hermosas en casi cualquier lugar”. Lo cual es bastante
cierto. Lo único malo de esta declaración es su ignorancia: el pensar que dicha
experiencia constituye lo que la iglesia cristiana llama adoración.
El
uso bíblico es muy diferente. Habla de adoración como una respuesta a la
palabra de Dios en el contexto de la comunidad del pueblo de Dios. La adoración
en las fuentes bíblicas y en la historia litúrgica no es algo que la persona
experimenta, sino que es algo que hacemos, sin tener en cuenta cómo nos
sentimos al respecto o si siquiera sentimos algo. La experiencia se desarrolla
a partir de la adoración y no al revés. El día en el que recibió su llamado
profético, Isaías vio, escuchó y sintió mientras que estaba adorando en el
templo. Sin embargo, él no acudió allí para tener una “experiencia angelical”.
En
el altar a Jehová sobre el monte Carmelo las cosas son muy diferentas. Elías
ora brevemente. Cae el fuego. El llamado al altar hace que “todo el pueblo” se
ponga de rodillas. Ellos toman su decisión: “¡El Señor es Dios, el Dios
verdadero!”. Y luego viene la lluvia.
El
único lugar en el mundo bíblico adonde sabemos que se alienta “la experiencia
de adoración” es en el culto a Baal. Cuando estamos aterrorizados, ofrecemos un
sacrificio. Cuando estamos ansiosos por la cosecha, visitamos a la prostituta
del templo. Cuando estamos contentos, ingerimos el dios del vino. Hacemos lo
que tenemos ganas cuando tenemos ganas. Entre tanto, proseguimos con nuestra
vida común y corriente. Los sentimientos llevan la batuta: el pánico, el
terror, el deseo, el entusiasmo. El culto a Baal ofrecía, en aquel entonces en
Canaán y hoy en día en América, una amplia gama de “experiencias de adoración”.
La
adoración a Jehová está definida y formada por la palabra clara y fidedigna de
Dios. Nada depende de los sentimientos o el estado del tiempo. Todo está
determinado por las Escrituras y Jesús. Nadie hace lo que él o ella tienen
ganas de hacer. Dios ha revelado quién es y exige obediencia. La adoración es
el acto de prestar atención a esa revelación y obedecerla.” (págs. 103 a 106)
Jesús "entonces respondiendo, les dijo: Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen." (Lucas 8:21)
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