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"Ocúpate de tu salvación con temor y temblor" Fil. 2:12

“Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.
 Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará.
 Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?
 Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, de éste se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles.” (Lucas 9:23-26)

“Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios.
 Porque dice:
    En tiempo aceptable te he oído,
    Y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación.” (2 Corintios 6:1-2)


No hay nada más inútil, que hablarle a alguien que ya murió.
No hay nada más necio, que esperar hasta que ya no quede tiempo para ocuparte del estado de tu alma ante Dios.
No hay nada más tonto que despreciar esta advertencia.
Porque si la muerte te alcanza, sin que hayas entendido este mensaje, la verdad te resultará mucho más inquietante, porque está escrito que al que se dijo a sí mismo: “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate.” Dios le dijo: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.” (Lucas 12:19-21)

¿Dónde están tus tesoros hoy? ¿Qué has tratado de acumular en esta vida más allá de un buen pasar? ¿Has buscado a Dios? ¿Has escuchado su voz? ¿Te has estado escapando de sus enviados? ¿Te has negado a escuchar la Palabra de Dios?

“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” (Mateo 6:19-21)

“… gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto… Mas tú, oh hombre de Dios, … sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado…” (1 Timoteo 6:6-8;11-12).

Amigo, antes de dejar que alguien muera en la comodidad de su indiferencia para con Dios y su llamado a la reconciliación por medio del Evangelio, tenemos que decir lo que debe ser advertido a todo aquel que sigue su camino sin saber a qué ha venido a este mundo, ni a dónde ha de ir una vez que llegue su hora de ser despedido.

Podemos encontrar cientos de célebres nombres, grandes personajes y profundos pensamientos (lindos, positivos, sabios y bondadosos), pero sólo hay un Hombre que habló de dar su propia vida a cambio de la salvación de nuestra alma, y no sólo habló, efectivamente se entregó a sí mismo por todo aquel que creé. Sin embargo, a pesar de la increíble divulgación de sus palabras a través del tiempo y del espacio, la mayoría elige “cambiar de canal” y seguir su camino tras esperanzas vanas, ilusiones que se desvanecerán en el final.

El deber de todo profeta fue el de anunciar la verdad acerca de la voluntad de Dios, así también, todo discípulo de Cristo no puede guardar silencio acerca del mensaje por el cual miles dieron su vida y sin el cual, millones la perderán. Sería un tonto o un malvado si teniendo acceso a la revelación de Dios no me esforzara por compartirla con otras personas, ya que si bien la Biblia está al alcance de todos, en comparación son pocos los que se toman el trabajo de escudriñarla y enseñar correctamente su contenido a otros, sin adulterarla.

Cada vez entonces que servimos a la verdad más importante de todas, la verdad acerca de lo que implica el evangelio de Jesucristo, estamos anunciando la verdad acerca de la única esperanza para el bien eterno de tu alma, que se determina en esta vida. “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación.”

Ocúpate de entender las palabras de una persona que fue alcanzada por esa salvación, para que vos también la recibas y puedas decir junto al apóstol Pablo: “y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.”

Dios te bendiga.

N.M.G.

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