“Y decía a
todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz
cada día, y sígame.
Porque todo el que quiera salvar su vida, la
perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará.
Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el
mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?
Porque el que se avergonzare de mí y de mis
palabras, de éste se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria,
y en la del Padre, y de los santos ángeles.” (Lucas 9:23-26)
“Así, pues,
nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en
vano la gracia de Dios.
Porque dice:
Y en día de salvación te he socorrido. He
aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación.” (2
Corintios 6:1-2)
No hay nada
más inútil, que hablarle a alguien que ya murió.
No hay nada más necio, que esperar hasta que ya
no quede tiempo para ocuparte del estado de tu alma ante Dios.
No hay nada más tonto que despreciar esta advertencia.
Porque si la muerte te alcanza, sin que hayas
entendido este mensaje, la verdad te resultará mucho más inquietante, porque
está escrito que al que se dijo a sí mismo: “Alma, muchos bienes tienes
guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate.” Dios le dijo: “Necio,
esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así
es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.” (Lucas 12:19-21)
¿Dónde están tus tesoros hoy? ¿Qué has tratado
de acumular en esta vida más allá de un buen pasar? ¿Has buscado a Dios? ¿Has
escuchado su voz? ¿Te has estado escapando de sus enviados? ¿Te has negado a
escuchar la Palabra
de Dios?
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la
polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos
tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones
no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también
vuestro corazón.” (Mateo 6:19-21)
“… gran ganancia es la piedad acompañada de
contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos
sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto… Mas tú,
oh hombre de Dios, … sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la
paciencia, la mansedumbre. Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la
vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado…” (1 Timoteo 6:6-8;11-12).
Amigo, antes de dejar que alguien muera en la
comodidad de su indiferencia para con Dios y su llamado a la reconciliación por
medio del Evangelio, tenemos que decir lo que debe ser advertido a todo aquel
que sigue su camino sin saber a qué ha venido a este mundo, ni a dónde ha de ir
una vez que llegue su hora de ser despedido.
Podemos encontrar cientos de célebres nombres, grandes
personajes y profundos pensamientos (lindos, positivos, sabios y bondadosos),
pero sólo hay un Hombre que habló de dar su propia vida a cambio de la
salvación de nuestra alma, y no sólo habló, efectivamente se entregó a sí mismo
por todo aquel que creé. Sin embargo, a pesar de la increíble divulgación de
sus palabras a través del tiempo y del espacio, la mayoría elige “cambiar de
canal” y seguir su camino tras esperanzas vanas, ilusiones que se desvanecerán
en el final.
El deber de todo profeta fue el de anunciar la
verdad acerca de la voluntad de Dios, así también, todo discípulo de Cristo no
puede guardar silencio acerca del mensaje por el cual miles dieron su vida y
sin el cual, millones la perderán. Sería un tonto o un malvado si teniendo
acceso a la revelación de Dios no me esforzara por compartirla con otras
personas, ya que si bien la
Biblia está al alcance de todos, en comparación son pocos los
que se toman el trabajo de escudriñarla y enseñar correctamente su contenido a
otros, sin adulterarla.
Cada vez entonces que servimos a la verdad más
importante de todas, la verdad acerca de lo que implica el evangelio de
Jesucristo, estamos anunciando la verdad acerca de la única esperanza para el
bien eterno de tu alma, que se determina en esta vida. “He aquí ahora el tiempo
aceptable; he aquí ahora el día de salvación.”
Ocúpate de entender las palabras de una persona
que fue alcanzada por esa salvación, para que vos también la recibas y puedas decir
junto al apóstol Pablo: “y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del
Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. No desecho la
gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió
Cristo.”
Dios te bendiga.
N.M.G.
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